viernes, 17 de enero de 2014

Cuando el hogar llama.

Unas semanas antes de casarme, hace casi 13 años, mi novio, ahora esposo, sugirió que ya casada dejara de trabajar. Como habrá sido mi reacción y mi respuesta, no lo recuerdo. Lo que sí recuerdo es que lo hice sonrojar, como si se hubiera sentido avergonzado de haber siquiera podido pretender o imaginar que yo pudiera quedarme en casa.
Nunca estuvo en mis planes dejar de trabajar. De niña tuve una mamá profesional y trabajadora, y siempre me vi reflejada en ese espejo el de una mujer con independencia económica. Además tenía un buen empleo del que me sentía orgullosa. ¿Por qué iba a tirar todo eso por la borda?
Cuando nació mi primera hija seguí aferrada a la idea de seguir trabajando, incluso me las arreglé para mantener la lactancia exclusiva hasta los seis meses, algo que fue bastante arduo a decir verdad. Nació la segunda de mis hijas y yo continué laborando. Me preguntaban por qué lo hacía y yo respondía que porque me gustaba. Realmente no era por necesidad que trabajaba sino porque lo disfrutaba. Y así pasaron casi 6 años en los que balanceé lo mejor que pude el trabajo y la familia. No descuidé a mis hijas, me preocupé por ser una mamá emocionalmente cercana a pesar de la distancia física durante mis jornadas laborales. Y no me puedo quejar. Son niñas emocionalmente estables, felices, entusiastas, creativas, y muy unidas. Qué satisfacción siento cuando veo que no existe rivalidad entre ellas y que se quieren mucho. Y fuimos una familia de cuatro por seis años hasta que me embaracé otra vez.
Ya en la cuarta década de mi vida y esperando a mi tercera hija, me empecé a replantear todo, incluso empecé a considerar seriamente la idea de renunciar. A la vez, mis hijas mayores, de 8 y 6 años, en una edad en que son más conscientes de su mundo, de su realidad, empezaban a expresar con contundencia sus anhelos y expectativas.
Un día, cuando ya había nacido la bebé, mi hija de 8 años, me preguntó. "Mami, cuando se acabe tu descanso, vas a volver a trabajar? "Tal vez no", le dije, "la idea es que no regrese".
"Si mami, ya no trabajes", me dijo. "Mami, estoy creciendo, y en unos años más (y contó con sus deditos,1,2, 3, 4), ya no seré más niña, y yo necesito a mi mami".
Demás decir que escuchar eso fue como un sacudón, un golpe, una bofetada en mi conciencia. ¿Qué estaba haciendo? ¿Dejando pasar los años más bonitos de la infancia de mi hija? (Continuará..)