martes, 31 de mayo de 2016

La bebé que se va

He empezado a vender las cosas de bebé de mi piojita. Su cuna, su columpio eléctrico, el moisés, y pronto pondré a la venta el coche, el pack and play, la silla de comer, hasta que mi casa quede libre de cosas de bebés. Por un lado, siento alivio porque me deshago de cosas que mi gorda ya no necesita y que ocupan espacio, pero por otro, siento pena por cerrar una etapa linda que ya no volveremos a vivir.

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Creo que esto me pasa porque se trata de la última de mis hijas, porque ya como familia, decidimos que tres son suficientes. Otra cosa fue cuando guardé las cosas de bebé que usó mi segunda hija, ya que lo hice pensando en que en el futuro las volvería a usar. Y con la primera de mis hijas, nunca tuve que guardar nada porque cuando tenía 1 año 5 meses, ya estaba encargando a la segunda.

Así que esta vez no guardo, sino que me deshago de cosas y me da mucha nostalgia. Hace unos días saqué el coche que usaron mis tres hijas del depósito donde se encontraba, porque he conseguido alguien que lo comprará. Me quedé mirando el coche como tonta un buen rato. Un montón de imágenes y recuerdos hermosos pasaron por mi mente, y pensé: ¿y si me quedo con él un tiempo más?.

Cuando tenemos hijos pequeños, las mamás tenemos dos tipos de actitudes respecto de su crecimiento, las que anhelan salir rápido de los pañales, biberones y de toda la parafernalia existente cuando hay un bebé en casa (moisés, portabebé, columpio, monitores, corralito.. ), y las que no tienen ninguna prisa en dejar las cosas de bebé atrás. Yo me cuento entre las segundas.

Hace poco vendí la cuna de mi hija. Pero no fue por iniciativa propia que la saqué de la cuna y la pasé a una cama grande, es más, yo pensaba que siendo la última hija podía mantenerla en cuna más tiempo, sino que fue la psicóloga del nido la que me dijo que ya era el momento de que durmiera en una cama. A mi hija mayor, la saqué de la cuna a los dos años cumplidos, porque en unos meses más iba a nacer su hermana y la iba a necesitar. Y a la segunda de mis hijas no me acuerdo cuando la mudé a una cama grande, pero supongo que no me apuré demasiado porque no había ninguna urgencia.

Cuando finalmente le compré su cama nueva a mi gorda por recomendación de la psicóloga, dejé la cuna aún en su dormitorio mientras esperaba que apareciera un comprador. Mientras tanto, mi gordita la usaba para jugar, se subía ahí con todas sus muñecas y se entretenía sola y feliz. Duró la cuna ahí un mes quizás, hasta que alguien interesado apareció y la vendí. Ahora que ya no está, y veo la imagen de alguna cuna como la de mi hijita en alguna revista o en Internet, he llegado a sentir que ¡extraño la cuna!!

Algo parecido me pasó con el columpio eléctrico, al que mi hijita le tenía mucho cariño y apego. Lo teníamos en su cuarto, y ella lo usaba para mecer a sus muñecas, pero hasta hace poco, a veces se subía en él y encendía las melodías para acunarse ella sola, o simplemente se echaba ahí y se arropaba con una mantita. Bueno, ya lo vendí y ella no se ha dado cuenta, al menos no ha preguntado dónde está el columpio, pero yo he llegado a pensar que debí darle una oportunidad para ¡despedirse de él!!!! ¿Estoy loca??

Parte de mi pena creo que se debe también al apego que mi gorda ha mostrado desde siempre con todas sus cosas de bebé. Le costó el destete, le costó dejar el biberón, luego dejar los pañales. Es como que quisiera seguir siendo la bebita de la casa. Es la tercera hija con seis años de diferencia respecto de su hermana segunda, obviamente ella es la bebé indiscutible de la familia.

Hace unas semanas cuando nos fuimos de viaje de vacaciones, desempolvé el coche bastón de mi gorda para poder movilizarnos fácilmente con la chiquitina en el aeropuerto y durante nuestros paseos. Apenas lo vió, exclamó "¡coche!", corrió hacia él, y quiso subirse de inmediato. Fue como si le alegrara ver el coche y recordar que lo usaba frecuentemente cuando era más chiquita.

Y durante todo el viaje, ella estuvo feliz en su coche. Incluso, en una ocasión cuando estábamos en la habitación del hotel, ella se subió al coche, bajó la capucha que tiene como protección para el sol, y se acomodó para dormir, y de hecho se durmió, por iniciativa propia!, algo inusual, porque normalmente hay que corretearla para llevarla a dormir y ella se resiste y dice que no quiere.

En cuanto a la ropa, el otro día, hice limpieza general en su habitación. Tenía alguna ropa de bebé aún guardada, entonces separé la ropa para guardar y la ropa para regalar. Decidí conservar las cositas que me traen más recuerdos, bodys miniatura de recién nacido que usaron mis tres hijas, conjuntitos, enterizos abrigadores, algún vestidito lindo de 0 a 3 meses, punto. Me provocaba quedarme con más cosas, pero me obligué a desprenderme de lo más que pudiera.

La veo tan grande a mi bebé con sus dos años y ocho meses. Cada vez habla mejor, ya ni quiere dormir su siesta de la tarde, juega con sus hermanas y las amigas de sus hermanas como una más, "Hola fulanita!, chau menganita!", las saluda y se despide de ellas, toda agrandada ella, ¡me da risa!

Pero aún conserva sus cachetes gorditos, la papadita, y su pancita abultada de bebé, aunque no por mucho tiempo. Cuando en cuatro meses cumpla tres años, habrá perdido todas esas redondeces, primero por los tres años (a esa edad el cuerpo de bebé les cambia, se vuelven más largos), segundo porque no es de comer mucho, y tercero por su contextura delgada hereditaria.

Y así que sin cuna, sin columpio eléctrico, ni ropa de 24 meses a menos, lo único que le queda de bebé a mi chiquita es la silla de comer. Su último bastión, su último reducto de baby. Todavía le sirve y lo usamos bastante, aunque algunas veces ya la sentamos en la mesa familiar en silla normal. Pero la silla alta de comer es su trono, y por eso todavía no he pensado en deshacerme de ella. Y me va a costar, lo se. ¡Ayy, cómo me va a costar!

Post Data: No le he comentado a la psicóloga que mi hijita aún come en silla de bebé... Si lo supiera, seguro me diría que ¡la saque de ahí!

lunes, 23 de mayo de 2016

Niñas intrépidas

Quien no ha vivido alguna aventura en su niñez, de esas que se le quedan a uno grabadas en la memoria, y que cuando se vuelven a recordar no hacen más que dibujar en nuestro rostro una inmensa sonrisa. Esas que se vuelven recuerdos entrañables y que a futuro se convierten en las historias obligadas para contar a hijos y nietos.

Hace unos días, mis hijas de 11 y de 8 años vivieron una de esas aventuras, que para nosotros sus padres significó un buen susto. Todo fue que nos fuimos al campo a pasar el fin de semana, como tantas otras veces. En la tarde del sábado, mis hijas y una amiguita suya, de la misma edad de la menor, decidieron ir a trepar el cerro que se divisa desde el valle.

Lo habían hecho varias veces antes las tres. Solo trepaban un poco, jugaban a las exploradoras, y luego regresaban cubiertas de polvo, sudorosas y felices.

Pero esta vez algo las hizo querer aventurarse más. Durante el almuerzo en casa de su amiga, los dos hermanos mayores de la niña y un niño amigo suyo, las retaron: "Ustedes no podrían subir hasta la cumbre", les dijeron y les picaron el orgullo, especialmente a mi hija mayor, que ya había subido hasta la cima con su papá en dos oportunidades. Cómo le iban a decir que no podía.

La escalada no es un paseo cualquiera. Son cuatro largas y extenuantes horas para subir y descender. Desde la cima se ve un manto de nubes como cuando uno está viajando en un avión, y se siente más frío que abajo en el valle.
Vista desde el cerro que subieron mis hijas

Las tres niñas se despidieron, tomaron sus bicicletas y se fueron. Dejaron las bicis cerca de unas ruinas arqueológicas preincaicas que hay en la zona, y donde empieza la ladera, y comenzaron a ascender.

Eran cerca de las cuatro de la tarde pero ellas no lo sabían. No tenían relojes, ni un celular, ni linternas. Se suponía que iban a estar de regreso antes que oscureciera.

A eso de las 5 y media, la mamá de la amiga de mis hijas me llamó para preguntarme si las niñas habían regresado y estaban en mi casa. Pero no, nosotros no teníamos noticias de ellas. Ella envió a sus hijos mayores de 10 y 12 años a buscar a su hermana y mis hijas. Suponíamos que ellas debían estar bajando del cerro.

Vista desde la cima del cerro
Pero los chicos no las veían. Su mamá me llamó muy preocupada porque estaba a punto de oscurecer. Quedamos en salir a buscarlas, y avisamos a personal de seguridad de la zona para que nos apoyaran en la búsqueda.

Cuando me dirigía al cerro pensaba en dónde podrían estar. Quizás ya habían bajado y se fueron en sus bicis a pasear por otro lado, pero cuando llegué al pie del cerro, me enteré de que las bicicletas estaban en donde las niñas las habían dejado frente a las ruinas. Eso quería decir que no habían bajado aún.

Pero también había otra posibilidad, que se hubieran ido a explorar las ruinas, cosa que no me gustaba mucho porque en otras oportunidades yo había visto gente extraña caminando por ahí. No quería ni imaginar que hubieran sido raptadas o algo peor.

Mi esposo y yo decidimos ir separados para buscarlas, yo me interné en un bosquecito de pinos que está al lado de una quebrada que separa el cerro de las ruinas. Gritábamos el nombre de nuestras hijas y esperábamos que el eco que se producía en esa zona ayudara a que ellas pudieran escucharnos y nos respondieran, pero nada.

En cuestión de minutos, se hizo de noche. Yo estaba sola y ya no veía nada, porque en el campo la oscuridad es profunda, pero tenía la linterna del celular con la que me ayudaba a sortear las piedras de la quebrada.

Sin querer, algunos pensamientos trágicos venían a mi mente. ¿Y si de pronto las encontraba tiradas por ahí en alguna zanja? No, no, no podía pasar eso. En mi interior, no me sentía angustiada, era como un presentimiento de que no les había pasado nada malo, y que iban a aparecer.

Me imaginé que habían subido a la cumbre, seguro a instancias de mi hija mayor, que es una niña intrépida y competitiva. Ella ya sabía cómo era el camino y seguro había entusiasmado a su hermana y amiga para escalar hasta la cima. Pero por qué hacerlo a media tarde, me preguntaba yo. ¿No había previsto que les sorprendería la noche?

Así, yo cavilaba y especulaba. La incertidumbre era lo peor. Ni que decir de la otra mamá. Ella, mucho más nerviosa que yo, estaba hecha un manojo de nervios y angustia.

Media hora más tarde, yo seguía en la quebrada, sola, en medio de la oscuridad, cuando recibí su llamada con buenas noticias, Su hija había aparecido, la vieron bajar corriendo por la pendiente hecha un mar de lágrimas. Dijo que mis hijas venían detrás de ella, pero que avanzaban más lento porque la menor se había caído, y la mayor la ayudaba a bajar.

Saber que estaban en el cerro, y que no habían sido secuestradas, fue un alivio. Ahora solo quedaba ir por ellas a su encuentro. Solo me preocupaba que por la oscuridad de la noche se cayeran o se resbalaran, por no poder ver bien el camino.

Varios niños y adolescentes, hijos de las familias vecinas, habían salido a ayudar en la búsqueda. Con sus linternas subieron el cerro buscando a mis hijas.

Minutos más tarde, corrió la noticia de que ya las habían encontrado, aunque no sabíamos quién. Luego nos enteramos que fue un agente de seguridad junto con la nana que trabajaba en una de las casas vecinas. Ella, guiada por las voces de mis hijas, que nos habían estado llamando a gritos, había subido a buscarlas, pidiendo antes la ayuda del agente.

Casi media hora después que su amiga había bajado, vimos descender por la pendiente a mis hijas. Todos los que habíamos estado buscándolas las rodeamos. Pensé que estarían muy asustadas, pero para mi sorpresa, estaban muy tranquilas. La mayor, muy suelta de huesos, me dijo: "Ibamos a bajar de todas maneras!" A la menor le pregunté "¿Te caíste?" y pensé que en ese momento iba a soltar el llanto, y yo ya me estaba preparando para extender los brazos hacia ella para abrazarla y consolarla, pero ella me respondió escuetamente "si", como si no quisiera darle importancia.

Guauu!, qué hijas para más recias y guerreras tengo, pensé. Todo el revuelo que habían causado y ellas de lo más fresh. Pero luego conversando con ellas ya en casa, me confesaron que sí habían sentido temor. La mayor me dijo que aguantó las ganas de llorar, porque pensó que si lo hacía iba a poner mas nerviosas a su hermana y a su amiga.

Me contaron que cuando todavía tenían luz natural, el camino se hacía interminable, porque miraban abajo el valle, y parecía siempre del mismo tamaño, les parecía que no avanzaban nada. En cambio, cuando oscureció, solo se concentraban en el camino, en mirar el terreno y donde ponían los pies, y ya no sentían la angustia de ver si avanzaban o no.

"¿Pero en la oscuridad cómo hacían para caminar si no se veía nada?!", les pregunté. Y mi hija mayor me salió con una respuesta que me sonó a broma, pero después me di cuenta que lo decía muy en serio. Ella tenía puestas unas zapatillas Skechers, de esas que emiten luces al pisar, y me dijo que esas luces la ayudaron a ver el terreno y el camino. Cada vez que pisaba, se prendían las luces y ella podía ver por donde ir y guiaba a su hermana menor. ¡Benditas zapatillas!! Jamás imaginé que podrían serle útiles en una situación así!

La menor tenía una leve herida en la rodilla y en la palma de una mano. Sus leggins estaban agujereadas a la altura de la rodilla y del pompis. Ni sabe cómo se rompieron sus leggins atrás, pero hasta el calzón lo tenía agujereado!. Solo recuerda que en las pendientes más inclinadas bajaba sentada arrastrándose de pompis por miedo a caerse. En cambio la ropa de mi hija mayor ni siquiera estaba sucia, era como si se hubiera ido a pasear al parque. Orgullosísima decía que no se había caído ni una sola vez.

Y asi terminó ese sábado, con un final feliz, y varias lecciones que enseñarles a mis hijas. Primero, avisarnos que planeaban subir hasta la cumbre. Segundo, nunca subir al cerro sin un celular. Tercero, fijarse en la hora a la que suben, no debe ser demasiado tarde. Aunque en este punto, mi hija mayor dice que hubo un malentendido. Ella no tenía reloj, y dice que escuchó a su amiga decir algo de las 2 de la tarde, y mi hija creyó que ésa era la hora, por eso pensó que no habría problema en subir y bajar a tiempo antes que oscureciera.

No se qué motivó exactamente a las niñas a subir a la cima, el que las retaran a que no podían hacerlo, o mi hija mayor, a sus 11 años, quiso dar muestras de independencia. Creo que es una mezcla de las dos cosas. Tal parece que de ahora en adelante tendré que estar atenta a las iniciativas propias de mi púber. Ver: Los años de transición a la adolescencia


viernes, 13 de mayo de 2016

Mi nena cumple 11

Mi primera bebé, mi primogénita, la que me convirtió en mamá, cumple hoy 11 años. Cómo pasó todo tan rápido. Era una bebé que yo amamantaba, y de pronto, un día la estaba llevando al nido. Luego ingresó a prekinder al colegio, y ahora está cursando su último año de primaria y empieza a entrar en la pubertad.

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Quiero recordar con ocasión de su cumpleaños cómo el primer hijo impacta en la vida de una. Cuando mi hija nació, sentí cosas inéditas, irrepetibles. Empezando por el parto. No estaba nerviosa por la experiencia que iba a vivir, no me daba miedo sentir dolor, cosa rara, porque antes de quedar embarazada, sí pasé por una época de inquietud y temor ante lo desconocido, es decir la sola idea de ser mamá y de pasar por un parto me daba un poco de miedo.

Pero cuando estuve en mi semana 40, y la bebé no daba señales de querer hacer su aparición, yo solo quería que naciera ya! Cero nervios! Supongo que confiaba en mi buena suerte. Y sí, tuve un buen parto, súper rápido, cuatro horas en total desde la primera contracción al último pujo. Maravilloso para una primeriza!

Recuerdo que luego de dar a luz, cuando me llevaban de la sala de partos a mi habitación, sentí una increíble satisfacción, una alegría enorme y una sensación de triunfo. Era una victoria para mí, porque en las dos semanas previas, me habían metido la idea de que necesitaba una cesárea, pero luego de consultar otras opiniones médicas, todo indicaba que sería un parto natural, y así fue. Y qué parto natural! Cuatro horas de labor, y nacimiento en un pujo y medio!. Mi cuerpo había hecho su trabajo. Mejor imposible.

Esa noche que pasé en la clínica luego de dar a luz me pasó una cosa especial. Me desperté en medio de la noche y empecé a sentir algo extraño, que no puedo describir, pero eran sensaciones que me conectaban con algo de mi infancia creo, o algo guardado profundamente en mi subconsciente, que no se qué era. No era un recuerdo, no era una imagen, no era un olor, pero allí estaba, y cada vez que cerraba los ojos lo sentía. Estaba maravillada. Era como si el nacimiento de mi hija me hubiera abierto una puerta, un pasaje hacia algo de mí misma que había estado sellado por mucho tiempo.

Y esa puerta no se volvió a abrir, ni siquiera con el nacimiento de mis otras dos hijas. Fue una experiencia única e irrepetible que casualmente ocurrió cuando me convertí en madre. No se si otras mujeres habrán experimentado algo así luego de su primer parto. En realidad nunca lo he comentado con nadie.

Ya en la casa con mi bebé, pasé por todo lo que pasan las mamás primerizas. Muchos nervios y miedo de no hacer las cosas bien, de no saber cómo darle de lactar, de no saber si le estaba sacando bien el chanchito, de no saber bien cómo limpiar su ombligo, o de cambiarle los pañales, pezones adoloridos, ese latigazo de electricidad con la primera succión en cada una de las tomas, el cansacio y sueño abrumadores, la impotencia que te lleva a las lágrimas, cuando lo has probado todo y no sabes por qué sigue llorando. En fin, ya lo saben. Y las que aún no son mamás, no se asusten, todas terminamos aprendiendo.

Supongo que serían las hormonas actuando, las que en esos primeros meses de mi bebé me hacían pensar de una manera especial. Recuerdo un día, regresando del trabajo a mi casa (ya me había reincorporado a trabajar después de tres meses de descanso postnatal) que pensaba en qué importante era mi bebé para mi, ya no importaba yo, ya no importaban mis sueños y expectativas, como de repente hacer estudios de maestría, no. Todo, TODOS mis esfuerzos irían dirigidos a hacer que esa bebita fuera feliz.

Y ni contar las veces que mientras la mecía o la observaba, le cantaba, y las lágrimas se me salían de la emoción. Le cantaba una canción, que se llama "You're my sunshine", y no podía contener el llanto. Raro, rarísimo, porque no soy una mujer de llanto fácil.

Transcurridos los meses, el hechizo de las hormonas cesó, pero ya habían definido a la mamá que soy hoy. Soy una mamá preocupada, pero no preocupada en el sentido de aprensiva o nerviosa, soy todo lo contrario, sino preocupada por lo que le estoy enseñando a mis hijas, por lo que están aprendiendo de mí, por cómo puedo hacer para que sean independientes, para que aprendan a caer y a levantarse, que confíen en sí mismas y en lo que pueden lograr. Esa es mi motivación.

Hoy mi nena cumple 11, y puedo decir que he seguido el camino que preveía seguir cuando nació. Aún falta mucho por andar, pero creo que lo estamos haciendo bien. Feliz cumpleaños mi amor. Te amo infinitamente.

You're my sunshine
my only sunshine.

You make me happy
when skies are gray

Your never know dear
how much I love you

Please don't take my sunshine away.

https://www.youtube.com/watch?v=1moWxHdTkT0

jueves, 5 de mayo de 2016

Lengua de trapo

Recuerdo que cuando mi hija mayor estaba por cumplir 3 años, me pedía: "Mami, leto lita loja!". "Leto, lita, loja!". Obviamente solo yo podía entender lo que quería decirme. Y era: "Mami, cuento de la caperucita roja!".

Lenguaje de bebe


Mi hijita era un típico ejemplo de "lengua de trapo" tardío, porque casi tenía 3, cuando normalmente son bebés de entre un año y dos los que hablan así. Al año de edad mi hija apenas tenía unas 4 palabras como vocabulario, "mamá", "papá", "agua", "hola". Definitivamente demoró bastante en dominar el habla y articular el lenguaje, probablemente porque se criaba en un hogar bilingüe, en el que su papá, de habla inglesa, le hablaba en inglés, y su mamá en español.

Mi hija segunda fue todo lo contrario, a los 2 años era una lora. Pero sí recuerdo que cuando tenía entre un año y un año y medio de edad, yo difícilmente podía entenderle, y mi hija mayor hacía de traductora oficial. "¿Qué está diciendo? ¿Qué quiere?", le preguntaba. Y ella, "mami, quiere esto", o mami, no quiere tal cosa". Entonces, yo me preguntaba cómo es que yo no entiendo lo que la bebé quiere decirme, y su hermana le entiende todo! ¿Es que los niños pequeños tienen un sentido más agudo para entender el habla de los bebés?

Ahora que mi tercera hijita está en pleno desarrollo de su lenguaje, son sus hermanas mayores, las que me ayudan a descifrar qué quiere decirme. Pero a veces ni ellas pueden entenderle. El otro día, la bebé pedía "aquela!" "aquela!", aquela!". "¿Qué es aquela?", le preguntaba yo. "A-QUE-LA!!", me repetía ella con énfasis, como diciéndome: "No puedes entender, mamá? A-que-laaaa!".

Todos sus esfuerzos para hacerme entender qué era "aquela" fueron en vano. Más tarde ese día, vió el objeto que tanto pedía, y exclamó "aquela!" señalando una cartera de su muñeca. Creo que nunca le hubiera atinado.

La benjamina de la familia ha sido la que más demoró para hablar. Al año de edad no decía ni siquiera mamá. Luego, ya empezó a decirlo, pero fue su única palabra por varios meses. Su segunda palabra fue un sonido gutural que emitía sin abrir la boca. Me tomó varias semanas saber a qué se refería, justo cuando el sonidito gutural cambió a algo más verbal como "kun-kun". Y saben qué era "kun-kun"? Era Peppa Pig!!

La cerdita Peppa es su dibujo animado favorito y para ella Peppa era "kun-kun". Luego con los meses le empezó a llamar "ka-ke", después "Pipa", hasta que, después de cumplir los dos años, por fin ya pudo llamarla Peppa.

El año pasado cuando empezó el nido con un año y 5 meses, sus compañeritos de salón de aproximadamente la misma edad, ya se expresaban con palabras en lenguaje bebé, por ejemplo, "pato" por zapato, "pompón", por chupón, pero mi bebé no decía nada. Parecía muda.

Nunca me preocupé la verdad porque se notaba que entendía todo lo que decíamos, a pesar que no hablaba, y además su pediatra siempre fue convincente: "Tiene para hablar hasta los tres años, si no lo hace antes no es problema".

Cuando estaba a unos meses de cumplir dos años, empecé a sospechar que en realidad ella sí podía decir cosas, pero no quería! Un día que la recogí del nido, ella corrió hacia el jardín dirigiéndose a los columpios. "¿Quieres que te columpie?", le pregunté. Y me contestó "shi". "¿Qué dijiste? ¿Dijiste si?", yo estaba casi en shock!. Por fin, me decía un palabra, por más simple que fuera, aparte de mamá! Le pregunté muchas veces para que volviera a repetir "shi", pero no hubo manera que lo diga de nuevo.

Así fue como descubrí que mi gordita se estaba engriendo. Se hacía la bebé que no hablaba, cuando sí tenía cierta capacidad para expresarse. Bueno, es la bebé de la familia, debe ser por eso, así que paciencia, me dije.

A partir que cumplió dos años es que notamos que empezó a soltársele la lengua. Pero ha sido a partir de los dos años y medio que ha progresado muchísimo. Por ejemplo, ya dice "perro" (en realidad, "pedo") en vez de "guau guau", o "gato" en vez de "ñau ñau". Un día me sorprendió cuando le pregunté dónde estaba su nana, y me dijo clara y perfectamente: "No ha venido".

A sus dos años y siete meses está convertida en toda una lorita. Aunque ya casi no necesito ayuda para interpretar sus deseos o lo que quiere decirme, aún todavía habla como bebé en comparación de sus compañeros de nido, la mayoría de los cuales ya se expresan muy bien y se les entiende perfectamente.

Pero qué tierna se escucha mi peque cuando pronuncia todo con su lengua de trapo!. Será porque es la última de mis hijas que no tengo mucho interés en que ya hable como grande. Que se me quede chiquita el mayor tiempo posible!, que no crezca tan rápido!.

Aquí algunas de sus frases típicas:

"Mami, mía abol ande". (Traducción: "Mami, mira, un árbol grande")

"Mamá, lele abiga". (Mamá, me duele la barriga")

"Mamá, papá puja mí" ("Mamá, papá me empuja", cuando la llevaba en su coche)

"Gato ne cola" (El gato tiene cola)

"Quelo lete" ("Quiero leche")

"Quelo caca" (Quiero hacer pila o caca)

"Acoy, acoy!" (cantando "Libre soy, libre soy", la canción de la película "Frozen")