miércoles, 24 de mayo de 2017

Pautas de disciplina positiva para niños de tres y cuatro años

Las que somos mamás de un niño pequeño que nos reta, que estalla en llanto y gritos en el momento menos pensado, que se niega a seguir la rutina de la casa, que se resiste a dormir o a comer, o a vestirse, sabemos lo que es estar sometidas a una fuente de estrés permanente.

niña llorando - portriplepartida.blogspot.com

"Ya va a pasar", nos decimos a manera de consuelo. Son "los terribles dos años", razonamos, pero después se convierten en los "terribles tres", y se prolongan a los "terribles cuatro", y no hay cuando acabe la fase difícil. La buena noticia es que sí hay maneras de que nuestros hijos pequeños mejoren su comportamiento.

¿Qué hacer? Ante todo, armarnos de MUCHA paciencia, toda la que podamos necesitar, y lo segundo importante, comprometernos en mantener una actitud y conducta siempre coherente y firme. Estas fueron las principales conclusiones de una charla sobre disciplina positiva que se dio en el nido de mi hija hace unas semanas para los que somos padres de niños de 3 y 4 años.

Lo primero de lo primero: Los Límites

En toda casa, en toda familia, hay reglas, y los límites son las reglas que se imponen y que no varían, y que contribuirán a la convivencia armónica de los miembros de la familia. Si todos los miembros conocen los límites, los aceptan de mutuo acuerdo, y los cumplen, no tendría por qué haber problemas.

Pero algunos padres creen que poner límites a los niños es malo, o que es el equivalente a castrar a los hijos, pero en realidad establecer límites es mucho más beneficioso de lo que creen, igual que el establecer rutinas. Las rutinas contribuyen a dar seguridad al niño y a darle un orden a nivel interno.

Mónica Llosa, la psicóloga que nos dio la charla a los padres de familia, dijo que los límites dan seguridad al niño de estar haciendo lo correcto, fomentan el reconocimiento de sus propias habilidades para seguir las reglas impuestas, fomentan su capacidad de evaluar las conductas negativas buscando otras alternativas de solución, y desarrollan su flexibilidad, evitando la baja tolerancia a la frustración.

Los niños no nacen con tolerancia a la frustración ni autocontrol, ambos son destrezas que se aprenden. Entonces un niño de 3 o 4 años con baja tolerancia a la frustración y sin autocontrol, va a hacer un berrinche cuando le digan que no puede comer golosinas antes de almorzar, y quizás se tire al suelo a patalear, o tire cosas al piso, o intente pegar a su madre por no darle gusto.

Mi hija tiene 3 años y siete meses, y yo pensé que su etapa de berrinches ya estaba en franca remisión, que había mejorado mucho, y que yo ya podía razonar con ella, y evitar que me hiciera pataletas, pero hace unos días ella se encargó de hacerme aterrizar en la realidad. Hasta me parece que hubieran recrudecido sus pataletas.

El otro día le dije que debía apagar la televisión porque ya había visto suficiente, y que era momento de jugar. Cuando apagué la tele, ella empezó a berrear, y golpearse con sus puños las piernas. Yo me fui para que no me viera sonreirme, porque como es la bebé de la familia, sus arranques de cólera me dan ternura, me hacen gracia. Mis hijas mayores hace tiempo que dejaron de hacer berrinches, entonces la gordita se ve graciosísima cuando patalea, ¿me entienden?

Bueno, ella siguió en su berrinche. Empezó a golpear los cojines del sofá y luego los tiró uno a uno al piso, y como vio que no le hacían caso, se fue a su habitación pateando el piso y con el ceño fruncido. Yo me aguantaba las ganas de correr a ella y cargarla, apachacharla, y besarla, porque se que si lo hubiera hecho en ese momento, me hubiera apartado con furia y hubiera continuado enojada. 

Esperé unos tres minutos y luego fui a buscarla a su habitación, justo en el momento en que ella salía, entonces la abracé, y nos abrazamos con ternura. Su enojo ya se había terminado.

Pero no siempre mi hija hace estos berrinches cuando apago la televisión. En otras ocasiones, lo tolera perfectamente, y se va a buscar algo que hacer sin llorar ni protestar. Por eso creo que está en todo el proceso de aprender el autocontrol y a tolerar la frustración.

Llosa nos aseguró a los padres que el hecho que los niños se frustren no es malo, más bien eso los ayuda a madurar y fortalece su carácter, y que no debemos sentirnos culpables por ocasionarles una frustración, lo que, sin embargo, no quiere decir que nos pasemos la vida frustrándolos a cada momento. Todo debe ser balanceado.

¿Cómo aplicar los límites?

Para empezar a aplicar los límites, primero hay que evaluar si nuestras expectativas como padres sobre el comportamiento que debe tener nuestro hijo van de acuerdo a la edad del niño. A un niño de dos años no vamos a pedirle o esperar que se comporte como uno de 6.

Segundo, acordar con los miembros de la familia cuáles serán las reglas que se impondrán. Por ejemplo, en mi casa, hemos establecido la regla de no mirar celulares cuando estamos en la mesa, y aplica para todos, para mi esposo, para mí, para mi hija de 12 años, y sus hermanas de 9 y 3. Anoche, me sorprendí de lo bien que la menor ha captado esta regla, pues me había pedido ver vídeos en mi teléfono, y cuando le recordé que nadie puede hacerlo en la mesa, lo aceptó y no protestó.

Tercero, identificar las conductas negativas y las respuestas que se tendrán frente a ellas, es decir que los niños sepan cuáles son las conductas no se pueden tolerar, por ejemplo, golpear a sus hermanos, destruir cosas, querer correr en la calle o en sitios públicos alejándose de una, y cuáles serán las consecuencias de hacerlo. Por ejemplo, se le dice si insistes en correr y esconderte de mí en el centro comercial, ya no podré llevarte más conmigo.

Cuarto, hay que ser consecuentes con lo que se imponga. Por ejemplo, las reglas deben valer para todos los hijos, no dejarle a uno no cumplirla, y exigirle que la cumpla el otro. O un día permites a tu hijo ver televisión toda la tarde, pero al siguiente día se lo prohíbes.

Quinto, es importante no ceder. En el proceso de aprender a respetar las reglas y los límites de los niños, los padres no deben ceder por un berrinche o una pataleta, o una cara larga que nos ponga nuestro hijo, ya que si lo hacemos enviamos el mensaje de que las reglas se pueden romper, y eso resta autoridad.

Pautas para aplicar una disciplina positiva

El establecimiento de límites debe ir acompañado de un entorno de afecto a nuestro hijo. No podemos poner límites sin antes asegurarnos de que las necesidades de amor y afecto de nuestros hijos están cubiertas.

Debemos preocuparnos de darle un tiempo especial a nuestro hijo, en el que realmente nos dediquemos a él, en el que él tenga toda nuestra atención, por ejemplo, jugar con él, y jugar a lo que él quiera y decida.

También debemos preocuparnos de darle seguridad y confianza a nuestro hijo, por ejemplo, cumpliendo lo que le prometemos. No hay cosa más descorazonadora para un niño que su madre o su padre le prometan algo y después no lo cumplan. También les damos confianza cuando en los momentos de enojo, no reaccionamos con la cabeza caliente, sino cuando ya nos hemos calmado.

Cuando queremos poner disciplina, debemos asegurarnos de tener un estado de ánimo constante. La disciplina no debe estar influenciada por nuestro estado de ánimo, por ejemplo, cuando llegamos a la casa estresadas después de trabajar, nos ponemos a regañar a nuestros hijos por haber hecho esto o aquello, y otro día que estamos relajadas y tranquilas no le damos importancia a lo que hayan hecho.

Validar sus sentimientos de enojo y frustración también ayuda porque el niño se siente comprendido y ello lo pondrá en disposición más abierta a escuchar las razones por las que no se le permite algo. Por ejemplo se le dice: "Estás enojado porque quisieras jugar más tiempo, no? Este es tu juego favorito, lo se, pero es hora de almorzar, y después podemos seguir jugando".

A mí me funcionaba esto cuando mi hija era más pequeña, cuando tenía dos años y no sabía aún expresarse muy bien, pero he notado que ahora que tiene tres, y que sí sabe comunicar perfectamente lo que quiere o no quiere, ya no me sirve de mucho. Valido sus sentimientos, le explico razones, y no quiere oir nada, es como si se enfureciera más. Ahora encuentro que lo más efectivo es dejar que se calme sola, y cuando ya está más tranquila, la abrazo y hablamos.

Cuando nuestro hijo ha tenido un mal comportamiento o una rabieta, sirve aplicar el "Time In", que es diferente al "Time Out" del pasado. El objetivo es darle un tiempo al niño para que se disipe su enojo, para que enfríe la emoción, y pueda pensar y reflexionar sobre lo que ha hecho.

La psicóloga nos sugirió acondicionar para este propósito un rincón de la casa en donde el niño pueda estar mientras se le pasa el enojo. En ese sitio se le puede poner algunos cojines bonitos o sus peluches y muñecos favoritos,

Otro aspecto importante es hablar en positivo, tratando de eliminar el No. En vez de decir "No agarres los adornos de la sala", transformarlo en una indicación positiva como "Los adornos de la sala se cuidan". O en vez de ordenar "No camines sin zapatos", decir "Ponte los zapatos, hace frío".

Otra pauta es perseverar en las decisiones que hemos tomado a pesar de las dificultades que ello suponga. Por ejemplo, cada vez que tus hijos hacen pataletas en casa, te mantienes firme, pero si te hacen un berrinche en un lugar público, cedes porque te avergüenza que te estén observando.

También es importante dar el ejemplo. Si quieres que tu hijo coma regularmente frutas y verduras, él estará más llano a consumirlas si ve que sus padres también lo hacen.

Asimismo es aconsejable dar recompensas al niño cuando ha logrado corregir un comportamiento negativo, pero más que recompensas materiales, como juguetes o dulces, debemos dar recompensas afectivas, como momentos de juego con tu hijo, una salida al cine juntos, o ir a comer helados.

Y por último hay que procurar que nuestros hijos terminen las actividades o tareas que empiecen a hacer. Si tu hijo empieza a armar un rompecabezas, pero en medio de la tarea se aburre, y quiere dejarlo, hay que motivarle a seguir y terminarlo.

Hay una y mil situaciones que pasamos como mamás que pueden sobrepasarnos y hacernos perder la paciencia y soltar un grito del que después nos arrepentimos. Todas quisiéramos la fórmula para que nuestros hijos no hicieran berrinches, para que siguieran las rutinas de la casa, sin una lucha de por medio para comer, para bañarse, para vestirse, etc., la clave está en mantener una coherencia, y corregir siempre con firmeza y amor.

jueves, 11 de mayo de 2017

Historia del parto natural de una mamá primeriza

Cuando una es una mamá gestante primeriza, todo da miedo. Desde los síntomas de embarazo, o un dolorcito en el bajo vientre que nunca antes habías sentido en tu vida, o la perspectiva de dar a luz de forma natural o por cesárea, o la tolerancia al dolor severo, y la salud de tu bebé al momento de su nacimiento.

Barriga de embarazada - portriplepartida.blogspot.com

Realmente si lo pensamos bien, una mamá gestante primeriza puede llegar a ser un manojo de nervios. Cualquier cosa que te digan puede despertarte preocupación, miedos, cualquier cosa que leas en Internet puede alarmarte y llenarte de inquietud.

Todo es tan nuevo, tan misterioso, e impredecible, que siempre estarás presta a preocuparte por cualquier cosa. Además que nunca faltarán las historias de terror de partos traumáticos que quieran contarte tías, abuelas, suegras o amigas mayores.

Pero yo fui una primeriza atípica, muy tranquila, relajada y positiva, o será porque mi embarazo fue tan tranquilo, sin grandes molestias, sin dolores de espalda, ni hinchazón de pies o piernas, ni acidez, ni siquiera contracciones de Braxton Hicks, que me pasé los nueve meses en un estado, literalmente de dulce espera, y maravillosa calma.

Ni siquiera cuando entré en el tercer trimestre de gestación me quejé de molestias, sería porque en total solo subí 10 kilos, y mi pancita era pequeña, con decir que recién se me empezó a notar el embarazo a los seis meses,

Sin embargo, en el último mes de gestación en una de las visitas a mi gíneco-obstetra, a las que iba siempre contenta y relajada, la doctora me dio una noticia que me descuadró: "el bebé no está encajado". No tuve necesidad de preguntarle: "¿qué quiere decir eso?", pues yo sabía bien lo que eso significaba ya que me había leído entero el libro de "Qué esperar cuando estás esperando", la Biblia de las embarazadas.

En una gestante primeriza la cabeza del bebé se encaja en el hueso pélvico de la madre aproximadamente entre cuatro a dos semanas antes del parto. Si no ocurre esto, muchos médicos indican una cesárea.

Yo, que hasta ese momento solo había oído de mi doctora que todo iba de maravillas y que todo indicaba que sería un parto natural, no pude evitar preocuparme por la posibilidad de una cesárea, pero mi doctora me dijo que podíamos esperar una semana más, y yo por mi naturaleza optimista de siempre, creí que en una semana tendría mejores noticias.

Cuando luego de una semana volví a ver a mi doctora, ella me dijo, luego de revisarme, que no había encajado la cabeza del bebé, que estaba "flotando" en mi barriga. Recuerdo bien que usó esa palabra "flotando", o sea que no había esperanzas que encajara.

La doctora se sentó a hablar con mi esposo y conmigo. Nos dijo que el bebé debía nacer por cesárea. Revisó la última ecografía que me habían hecho, que indicaba un peso aproximado del bebé de 3,5 kg. "Es grande", me dijo, y que no había forma que naciera por parto natural. "Es muy peligroso", insistió.

Sería que vio mi rostro incrédulo o demasiado calmado, lo cierto es que empezó a darme un sinfín de razones por las que tenía que hacerme una cesárea, que el bebé no iba a poder salir por vía vaginal, que podía faltarle el oxígeno, además que podía ser muy traumático, que en partos vaginales difíciles, las mujeres pueden quedar con problemas que afectan luego su vida sexual.

Me dijo que buscara en Google el término "hipoxia fetal", que es cuando les falta oxígeno a los bebés durante el alumbramiento, que lo pensara muy bien, que podía consultarlo con la almohada y llamarla en la madrugada para decirle, bien, vamos por la cesárea, que no importara la hora que fuera.

Como yo solo la miraba y seguía sin decir nada, ella insistió más, me dijo que si yo quería de todas formas un parto vaginal, que ella no se hacía responsable, y que lamentablemente sería mejor buscara otro médico. En ese momento, volteé a mirar a mi esposo, que estaba a mi lado, y ví que estaba pálido y con una mirada desolada. Se había quedado aterrorizado al escuchar a la doctora.

Pero yo no. Mencioné antes que soy una persona muy calmada? que en situaciones de estrés o adrenalina conservo la cabeza fría? Todo ese monólogo de la doctora me sonó muy a lavada de cerebro, sentí que estaba buscando asustarme e influenciarme. Además, y esto fue clave: mi amiga de la infancia había pasado por lo mismo unos años antes. Su ginecólogo le había dicho que tendría que hacerle una cesárea, pero ella cambió de médico, y dio a luz de forma natural sin ningún problema.

Cuando salimos del consultorio, conversamos mi esposo y yo en el auto, le dije todo lo que pensaba de la actitud de la doctora. La seguridad en mis palabras lo tranquilizaron. "Buscaremos otra opinión", le dije, y él me respondió que me apoyaba en todo.

La segunda doctora que me vio me dijo que la cabeza del bebé no estaba encajada del todo, pero que tampoco estaba "flotando", que ella consideraba que sí se podía intentar un parto natural, y que fuera bien monitoreado todo el tiempo. Además me dijo que el bebé no era muy grande.

Yo me quedé más aliviada con esa opinión, pero para estar más segura, decidí consultar a una tercera doctora. Esta me dijo lo mismo que la segunda, que un parto natural era perfectamente viable, y que además yo tenía "buena pelvis" para dar a luz naturalmente. Se refería al espacio central hueco del hueso pélvico, que el bebé debe atravesar para nacer.

Bueno, tenía dos opiniones contra una. Yo me sentí confiada con la opinión de las dos doctoras que había consultado, y nunca más volví al consultorio de mi gíneco-obstetra inicial. Decidí que atendiera mi parto una de las doctoras a las que había recurrido, y que trabajaba en una clínica de maternidad que por ese entonces tenía reputación de no realizar cesáreas innecesarias.

Como el bebé no estaba totalmente encajado, empecé a practicar ejercicios para ayudar a que su cabecita encajara, y como leí, o me dijeron, que gatear ayudaba, lo hacía todos los días. También empecé a caminar mucho, tenía todo el tiempo para hacerlo, ya que había pedido mi descanso pre-natal una semana antes de mi fecha probable de parto.

Pero llegué a ese día, y no había ninguna señal de que mi bebé quisiera hacer su aparición en el mundo. Ahí me empecé a preocupar otra vez, "y si me pasaba de fecha, ¿iban a querer inducirme el parto?" Había leído cosas del procedimiento de inducción, y no era algo que quería experimentar, me parecía un proceso demasiado artificial, invasivo y medicalizado.

Me ordenaron ese mismo día de mi fecha probable de parto una ecografía tridimensional para conocer el estado del bebé y las condiciones de la placenta y líquido amniótico, y todo estaba fabulosamente bien. Solo quedaba esperar.

El trabajo de parto

Tres días después de mi fecha probable de parto, tuve cita con la doctora. Era un viernes, y ella me dijo que creía que de ese fin de semana no pasaba. Pero si llegaba al lunes, ahí sí tendríamos que empezar a evaluar inducir el parto entre el lunes y martes. Yo temblé, no quería llegar a eso.

Saliendo de su consultorio, decidí seguir con mis caminatas para desencadenar el parto. Caminé como dos horas o más acompañada de mi mamá. Lo hacía lento porque ya pesaba mucho mi barriga de 40 semanas.

Llegamos luego a la casa de mi mamá caminando, y yo estaba tan cansada que me eché a dormir una siesta, mientras mi mami preparaba el almuerzo.

A las 2 de la tarde, nos sentamos a almorzar y mientras lo hacíamos noté como cortos momentos de presión en mi barriga. Yo no había sentido hasta ese entonces ninguna contracción, ni las de preparación para el parto, que algunas mujeres experimentan varias semanas antes de dar a luz, así que no sabía bien qué era eso que sentía. Pero concluí que tenían que ser contracciones y empecé a monitorearlas.

No las percibía como dolores, eran como presión solamente, y se repetían cada dos minutos y medio. Recordé que las contracciones vienen espaciadas, y que la recomendación es ir a la clínica u hospital cuando se repiten cada cinco minutos, pero estas que yo sentía eran cada dos minutos y medio o tres minutos. Era rarísimo!

Una hora después, ya sentía las contracciones como cólicos menstruales y el punto de dolor era en mi espalda baja. Eran molestas y me puse a caminar para tener un poco de alivio. Media hora más tarde llamé a mi esposo a su trabajo, y le dije que parecía que ya era hora!

El vino a recogerme de la casa de mi mamá, para ir a nuestra casa y recoger mi maleta con las cosas que necesitaría para la clínica. Cuando me despedí de mi mamá, ella me comentó que ya me veía "cara de dolor" o de sufrimiento, no recuerdo bien.

Cuando llegamos a mi casa, las contracciones eran tan fuertes, que yo tenía que dejar lo que estuviera haciendo y me sentaba en mi cama, y le rogaba a mi marido que me frotara con fuerza la espalda. Sentía que eso me aliviaba.

Cuando salimos de mi casa para la clínica, eran las 5:13 de la tarde. Recuerdo haber visto el reloj en el panel del auto y esa era la hora que marcaba. Yo quería llegar a la clínica ya! Es que dolía mucho!

En el trayecto yo ya no hablaba, solo tenía la mirada fija en el camino. Mi esposo quiso darme ánimo y confortarme y puso su mano encima de mi pierna. Pero se la aparté toscamente en un gesto que podía verse como rudo, pero que es lo más normal en una mujer que está en plena labor de parto. Esa mano en mi pierna, me desconcentraba!!! Tenía todo mi ser y mis fuerzas concentradas en una sola cosa, lidiar con ese dolor tan fuerte.

Cuando llegamos a la puerta de la clínica, el dolor era tan intenso, que yo arqueaba mi espalda para atrás, ahí conocí en carne propia el significado de la frase "retorcerse de dolor". Mi esposo salió alborotado del auto, pidiendo ayuda. Un par de enfermeras salieron a la puerta con una silla de ruedas, me ayudaron a sentarme allí y corriendo ingresamos a la clínica.

Había gente en el vestíbulo de entrada, y voltearon a mirar, era la escena típica, una mujer angustiada por los dolores de parto ingresando a la carrera a la clínica.

Me recostaron en una camilla, me colocaron unas correas con el monitor para medir los latidos del bebé. Una obstetriz me revisó y con cara de asombro dijo: "7 de dilatación".

Yo estaba también asombradísima, con razón me dolía tanto!! Las enfermeras empezaron a moverse rápido, llamaron a la anestesióloga. Mi esposo no estaba conmigo, no lo dejaron pasar. Con cada contracción yo cerraba los ojos y hacía respiraciones fuertes y rápidas, no gritaba, no gemía, pero sí que lo estaba pasando mal.

A decir verdad, no sabía si estaba respirando bien, como me habían enseñado en las clases de preparación para el parto, pero yo sentía que de la manera cómo lo estaba haciendo me ayudaba a aguantar el dolor.

En eso vino una enfermera y quería llenar un formulario con mis datos. Tímidamente, como con un poco de vergüenza, me preguntó si podía decirle lo que necesitaba, fecha de nacimiento, dirección, teléfono, esas cosas. Quizás pensó que la iba a largar de ahí, que cómo se le ocurría molestarme, no veía que estaba a punto de parir!!?

Pero yo accedí, y ella preguntaba y yo le contestaba, incluso en medio de las contracciones. Parecerá una locura, pero yo sentía que me ayudaba, yo le dictaba mi número de teléfono, "6", "9", "1", etc, como si estuviera dictando los números de un juego de Bingo, y sentía que al decirlos era como una especie de mantra, y me ayudaba a tolerar el dolor.

Luego, por fin, llegó la anestesióloga para ponerme la epidural. No tenía miedo de que me fuera a doler, pero sí a que me introdujera la aguja en la vértebra, justo en el momento en que me viniera una contracción y yo me moviera! Por eso en medio de dos contracciones, que venían ahora mucho más seguidas, yo la apuraba, a que me pusiera la epidural ya, antes que viniera la siguiente contracción.

Y me la puso, y no sentí absolutamente nada, pero tampoco sentí ningún alivio inmediato. Qué decepción, seguía sintiendo los dolores. Me dijeron que en un rato iba a hacer efecto la anestesia, pero ese rato fue largo, porque seguía adolorida. En eso, dejaron pasar a mi esposo, yo ya no estaba en crisis con cada contracción, pero estaba echada en la cama lánguida, como sin fuerzas.

Luego volvieron a hacer salir a mi esposo, y vino una obstetriz, me preguntó cómo estaba, me dijo que ya no debía sentir dolores. y justo en ese momento, sentí como unos calambres horrorosos en las ingles. Yo le decía, todavía me dueleee!

El parto

De un momento a otro, como por arte de magia, el dolor desapareció. Me prepararon para pasar a la sala de partos, yo ya me sentía dueña de mí misma otra vez. Sonriente y emocionada, conversaba con las enfermeras, mientras mi esposo se preparaba y para ingresar a la sala conmigo.

Una vez que entró, se puso al lado derecho de mi cabeza, esperando ambos con ansias ver a nuestro bebé!!!

Mi doctora me dijo que pujara suavemente. Yo lo hice pero no sabía si lo estaba haciendo bien, estaba súper anestesiada de la cintura para abajo. Luego, con la siguiente contracción me pidió que pujara con fuerza. Una obstetriz hizo presión por encima de mi barriga, yo pujé, y noté que algo estaba pasando. Algo dijo mi doctora, no sabía bien qué.

"Qué? Ya nació???", tuve que preguntar, porque no sentía absolutamente nada! Si, me dijeron, entonces me incorporé un poco y ví cómo lo sostenía la doctora boca abajo. Ví su espaldita húmeda y empecé a oir su llanto, el sonido más hermoso que pudiera escuchar!

"¿Qué es??", pregunté. Olvidé contar que yo no sabía qué esperaba, si niño o niña. No lo quise saber durante todo mi embarazo. Quería que fuese una absoluta y hermosa sorpresa. Pensaba en lo emocionante que debía ser, antes que existieran las ecografías, enterarte del sexo de tu bebé en el mismo momento de su nacimiento.

Y la respuesta que me dieron fue "es una niña!". Una hermosa y saludable bebita de 3,180 kg de peso y 51 centímetros de talla. A propósito, su peso fue menor al que señalaba la ecografía de 3,5 kg, recuerdan?

Mi hija nació a las 6:15 de la tarde, apenas cuatro horas después de haberme mandado la primera señal de que estaba lista para venir al mundo. Cuatro horas de contracciones de parto en una mamá primeriza es una cosa bastante peculiar, por eso pienso que no pude tener mejor parto que ese: rápido y eficiente. ¿Por qué diablos me quisieron hacer una cesárea??

Si hubiera dado a luz por cesárea, hubiera sido un típico caso de cesárea innecesaria, simplemente por la falta de ética que tienen algunos médicos que prefieren no complicarse la vida atendiendo partos naturales, los que pueden durar largas horas o presentarse en momentos inadecuados como en medio de la noche, y por eso inducen a las gestantes a preferir una cesárea.

Es que es muy fácil asustar a una primeriza con argumentos exagerados (como decir que es muy grande un bebé de 3,5 kg) para influenciarla a que se deje hacer cesárea y programar la intervención en el horario de trabajo del médico. Ni que decir que las cesáreas son más convenientes para los médicos, económicamente hablando.

Si me hubieran hecho una cesárea como fue la intención de mi doctora original, muy probablemente mi segundo parto, dos años después, hubiera sido igual, y tal vez el tercero, seis años más tarde. En vez de eso, tuve tres partos naturales rápidos y sin problemas de ningún tipo.

De esto hace 12 años ya, pero desde años antes ya se venía observando en el mundo una tendencia del incremento de las cesáreas innecesarias, siendo América Latina, la región donde se concentra la mayor tasa de cesáreas sin que tengan una justificación desde el punto de vista médico. Ver: Epidemia de cesáreas en América Latina

He contado mi experiencia para que estén informadas, para que sepan a veces las cosas que enfrenta una mamá gestante primeriza. Es básico confiar en nuestros médicos obstetras, pero es lamentable cuando les perdemos la confianza, por actitudes antiéticas, como lo experimenté yo.

miércoles, 3 de mayo de 2017

Cómo desmotiva a un niño tener un hermano mayor perfecto

Estar permanentemente a la sombra de un hermano mayor que destaca siempre, que es bueno en todo, que es talentoso, estudioso, y deportista, puede ser una de las cosas más desmotivantes y difíciles de sobrellevar para un niño.

Hermanos - portriplepartida.blogspot.com

Por lo general, cuando entre los hermanos hay poca diferencia de edad, las comparaciones son inevitables. Entonces, si el hijo mayor destaca en la natación, y gana medallas, o si la hija mayor es brillante en sus estudios y obtiene diplomas y reconocimientos, el hijo menor puede que trate de imitar al hermano o hermana, pero si no consigue destacar, muy probablemente tirará la toalla, y terminará por resignarse a ser meramente espectador de los triunfos del hermano mayor.

Le he estado dando vueltas a este tema desde hace un tiempo porque tengo en casa una situación similar. Mi hija de 11 años es competitiva y perfeccionista por naturaleza, es tercer puesto de su promoción, destaca tocando el violín, canta muy lindo, y entrena vóley en su colegio. Encima de esto, siempre está en una actitud de querer aprender algo nuevo, intentarlo, y lograrlo, y generalmente lo consigue.

Esa actitud de querer comerse el mundo de mi hija mayor creo que es algo difícil con lo que tiene que lidiar mi hija de 9, tanto que creo que prefiere ceder el lugar a su hermana y no preocuparse mucho al respecto. Al final eso la lleva a tener una actitud relajada, sin mayores expectativas, sin muchas ambiciones.

Ella no es una alumna poco estudiosa, no para nada, es buena, Saca buenas notas, pero no "brilla" como lo hace su hermana. Y en cuanto a los deportes, nunca le ha puesto muchas ganas ni esfuerzo, y por lo general en las actividades deportivas del colegio se limita a participar, y a cumplir.

Si me remonto a mi propia niñez, ocurría la misma situación, donde yo era la hermana mayor aplicada y destacada en el colegio, y mi hermana dos años menor, la relajada y floja para los estudios. En las actividades extraescolares sucedía igual, con las clases de gimnasia, o de francés, o de inglés, siempre era yo la que tenía las mejores calificaciones, siempre estaba adelante de ella.

En cuanto a responsabilidad, también la aventajaba, mis padres no tenían necesidad de supervisarme, de revisar que hubiera hecho las tareas, ni tenían que ayudarme a hacerlas. En cambio, a mi hermana tenían que ayudarla y perseguirla para que cumpliera con sus deberes.

Pero esto solo sucedió mientras estuvimos en el colegio, porque cuando iniciamos nuestros estudios universitarios en diferentes universidades, mi hermana reveló una faceta desconocida hasta entonces, la de una aplicada y muy motivada alumna universitaria, incluso más que yo.

No se si este cambio de mi hermana se debiera al cambio de rumbo que ambas habíamos tomado, ya no estudiábamos juntas en el mismo lugar, y habíamos escogido diferentes carreras, ya no existía para ella la presión de ser comparada con su hermana mayor. O tal vez solo fuera un tema de maduración, de crecimiento, el que se volviera responsable y competente.

Lo cierto es que cuando tuve a mis dos primeras niñas, mi hermana me hizo una recomendación que creo surgió a partir de su propia experiencia. "No las pongas a estudiar o hacer las mismas cosas", me dijo. Probablemente para ella fue difícil siendo niña sentir que siempre iba detrás de su hermana mayor, a la que no podía alcanzar, o superar.

Es lógico que el hermano menor no pueda sobrepasar al mayor, salvo que fuera un privilegiado. Porque el hermano mayor siempre será uno o dos o tres años más grande, más alto, más fuerte, más coordinado, tendrá más años de desarrollo intelectual y aprendizaje.

Imaginemos que entramos a trabajar en una oficina, donde tenemos un compañero de trabajo, que ya tiene dos años en el puesto, y con el que tenemos que compartir responsabilidades. Cómo nos sentiríamos si pronto nos damos cuenta que, por más esfuerzo que hagamos, ese compañero siempre hace las cosas mejor que uno, que siempre es más rápido en alcanzar los objetivos, que siempre tiene mejores ideas, y que para colmo los jefes están felices con él y lo premian por sus logros. Difícil, ¿cierto?

Entonces siguiendo el consejo de mi hermana, a mis niñas nunca las puse a estudiar las mismas cosas. Por ejemplo, la mayor, de pequeñita, tomó clases de ballet, y la segunda de gimnasia. A la mayor la puse a estudiar violín, y a la menor piano. El propósito fue darle oportunidad a la más pequeña de desenvolverse en una actividad sin la presión de que su hermana hiciera la misma actividad mejor que ella.

Pero la verdad es que aún siguiendo este consejo de mi hermana, no veía en mi hija ninguna pasión o motivación por algo. En el colegio la invitaron a unirse a los entrenamientos de vóley cuando estaba en segundo grado, pero no era algo que disfrutara hacer, entonces decidió cambiarse a básket, pero pasó por ahí sin pena ni gloria, y hasta me enteré que aunque se quedaba a "entrenar" en las tardes, la verdad es que no se aparecía en los entrenamientos. Se quedaba en la biblioteca avanzando sus tareas.

Casi pensé que no tenía remedio, al parecer era una niña antideporte. Pero un día me dijo que quería hacer gimnasia y que la iban a probar en el colegio para ver si podía quedarse a entrenar en las tardes. Esos días la ví emocionada esperando la carta de invitación si salía seleccionada, pero la carta nunca llegó.

Entonces pasó que un día tuve la oportunidad de hablar con la jefa del área de Educación Física, y le conté que mi hija quería hacer gimnasia, pero que no la habían invitado a entrenar por no verle condiciones, y para mi sorpresa, la profesora me dijo que si ella estaba motivada había que aprovechar ese interés e incentivarle así que la invitó a quedarse a entrenar.

Ahora que mi hija ha empezado a quedarse en los entrenamientos de gimnasia, he notado un cambio muy grande en ella. Está muy contenta y motivada. Cada vez que puede, me enseña lo que está aprendiendo y me pide que vaya a verla entrenar. Yo lo hago para complacerla y ella es feliz. Las tardes que voy a verla entrenar es el tiempo exclusivo que le dedico a la segunda de mis hijas,

Hace poco conversé con una psicóloga y le comenté lo que había observado en mi hija, el cómo tener una hermana mayor buena en todo, acababa por desmotivarla, y me dio algunas recomendaciones.

Me dijo que siempre que hablara con ella, destacara sus habilidades, sus virtudes, sus puntos fuertes. La clave es reforzar su autoestima, Mi segunda hija no obtendrá premios en los estudios ni en los deportes, pero tiene unas cualidades notables que le servirán mucho en la vida.

Para empezar es muy independiente y autosuficiente, a diferencia de su hermana mayor. Si no hay nadie que le prepare algo de comer y tiene hambre, ella está lejos de sentarse a esperar o pedir comida, simplemente va a la refrigeradora, o a la despensa, encuentra lo que necesita y ella misma se lo prepara,

Es también la que más me ayuda con su hermana menor de 3 años. Los fines de semana, la baña, la viste o la peina, y a veces también le da de comer, le pela una manzana, le sirve yogurt, o le prepara un sánguche de queso, y esto lo hace voluntariamente.

Además tiene tres cuyes como mascotas, y ella sola se ocupa de darles de comer, de limpiar su jaula, y de abrigarlos por la noche con una diligencia y amor admirables. La pequeña relajada que era hace unos 3 o 4 años atrás, ha dado un vuelco increíble, y hoy es una niña responsable, a la que uno puede encargar algo con la seguridad de que lo va a hacer bien.

Le comenté a la psicóloga lo de la gimnasia, y me dijo que estaba muy bien, que siguiera propiciando actividades exclusivas de mi hija, donde no esté su hermana mayor, y que yo la acompañe, la anime, la felicite por sus logros,

He empezado a filmarla en vídeo durante sus entrenamientos y luego cuando vemos las grabaciones juntas, claramente podemos apreciar que está progresando. Pero lo que más me alegra y emociona es que la veo decidida a mejorar, a perfeccionar el aspa de molino, a hacer el rondón perfecto, y se que sueña con venir a mí un día y decirme feliz: "Mira ma, ya puedo hacerlo!!".

Y el día que eso suceda, me voy a sentir tan orgullosa por ella, tan feliz, y el corazón se me va a derretir todito de puro amor!


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