Qué ternura daba el ver a las niñas y niños vestidos de blanco, con las manos juntas sobre el pecho, algunos con cara de circunstancia (los nervios?) caminando hacia el altar donde el sacerdote les esperaba para darles por primera vez la comunión.
¿Qué pasaba por sus mentes en esos momentos? Algunos pensarían: "¿Y si me atoro con la hostia?", "¿Y si se me pega al paladar y no la puedo despegar?" "¿Si no me gusta el sabor?".
Yo conversaba con mi hija sobre esto, y sí, todo era tan nuevo, lleno de misterio e incertidumbre para ellos, que llegaban a la ceremonia con un poquito de nervios o ansiedad.
Incluso circulaban historias entre los compañeros de mi hija sobre una niña de la promoción anterior, a la que, al momento de recibir la comunión, le dieron varias arcadas de náusea. ¡Horror! ¿Qué niño querría que le pase lo mismo?
El día de la primera confesión también fue otro día de nervios para todos los niños!. Acompañé a mi hija ese día como todas las mamás, y la miraba mientras esperaba su turno. No dejó de balancear una de sus piernas todo el tiempo de espera, y movía y agitaba la hoja que sostenía en su mano, donde tenía sus pecados apuntados para no olvidarse de decirlos al padre.
"¿Estás nerviosa?, le pregunté mientras la grababa en un vídeo para la posteridad. "Sí", me respondió tranquila, pero sin dejar de balancear su pierna.
Miré a los niños a su lado. Uno estaba serio con cara de miedo, otro estaba serio con cara de "qué hago aquí, me aburro", otro estaba risueño, pero al igual que mi hija se movía nerviosamente en la silla. Dos niñas reían relajadas, y una de ellas incluso hacía gracias. Se paraba y se sentaba, se le caía el papel, lo levantaba en medio de aspavientos, ¿nervios también?.
La fila avanzó y le tocó el turno de confesarse a mi hija. La esperé mirándola a la distancia, y cuando terminó la confesión, vino a mí sonriente, y su comentario fue: "Pensé que iba a ser más difícil!". Luego al salir de la iglesia, me dijo: "Me siento libre y feliz". Y yo también me sentí feliz por ella.
No puedo dejar de recordar mi propia preparación para la Primera Comunión. Yo estudié en un colegio de monjas y mis hijas estudian en un colegio laico. Las diferencias son notables, empezando por el tiempo que dura la preparación. Yo recuerdo todo un año intenso de catequesis en mi colegio, a cargo de una monjita muy carismática y con gran llegada a las niñas.
Recuerdo vívidamente cuando nos presentó en clase una cruz dibujada en un pliego de cartulina. La cruz tenía círculos, óvalos y hexágonos que representaban piedras preciosas. Por cada buena acción que nosotras haríamos, le pondríamos color a las piedras preciosas dibujadas en la cruz hasta que toda ella estuviera cubierta de gemas. Una linda manera de motivarnos a ser mejores.
En el caso de mi hija, les programaron para todo el año ocho sesiones de catequesis a cargo de dos jóvenes monjas. Estas sesiones de catequesis, dadas los sábados, implicaban para las catequistas controlar y mantener enfocados y concentrados a 150 niños! Por supuesto que no era una tarea fácil.
Cuando terminó mi preparación para la Primera Comunión, yo sabía los 10 mandamientos, los 7 sacramentos, las principales oraciones, las diferentes partes de la misa, la diferencia entre un pecado mortal y uno venial y otras muchas cosas.
Estoy segura que muchos niños que hicieron la Primera Comunión con mi hija, difícilmente podrán enumerar los 10 mandamientos, con suerte recordarán los tres primeros. Yo misma puse a prueba a la mía y le pedí que me diga cuáles son los tres primeros mandamientos, y recordó solo dos.
O sea en la realidad, las catequesis difícilmente pudieron hacer que los niños memoricen bien los conceptos del dogma católico, pero lo que sí consiguieron es implantar en ellos una conciencia moral, es decir que sean conscientes de cuando están haciendo mal o cuando están haciendo bien.
Después de su primera confesión, mi hija se confesó una segunda vez antes de hacer la Primera Comunión, y al día siguiente de la ceremonia, el domingo, volvió a confesarse en la misa. Con la curiosidad encima, le pregunté qué había sido lo que había hecho para tener que confesarse, y me respondió, con toda la inocencia de sus 9 años, que cuando su hermanita de 3 le había pedido que jugaran juntas, ella, que no tenía ganas de jugar en ese momento, le había dicho que no tenía tiempo.
Y el pecado que la llevó a confesarse después de su Primera
Comunión fue que no había obedecido a su papá cuando le dijo que se abrigara porque hacía frío, sino que había seguido jugando, y recién la tercera
vez que le dio la orden, lo hizo.
Ese es el nivel de pecadillos de los niños de 9 años, pensé riéndome en mi interior.
-“Ay mi amor, pero ése era un pecado venial, no
necesitabas confesarte por eso”, le dije.
-"¿Qué es un pecado venial mami?
-"¿Qué? ¿No sabes qué es un pecado venial?.
-"No".
-“Es un pecado leve, cuando cometes un
pecado leve, no necesitas confesarte, basta que reces un acto de contrición, y
se te perdona”.
-“¿Un acto de que?? Qué es eso?..
-"¿Me estás bromeando? Has hecho la Primera Comunión y no sabes lo que es el Acto de Contrición?? Esa
oración que empieza con “Jesús mío, Jesucristo, Dios y hombre verdadero…”- -“Ahhhhhh, sí la se!”.
-"Bueno, si cometes un pecado leve o venial solo lo rezas
y queda perdonado.
-“¡Ay de haberlo sabido antes!!”.
Como parte de la preparación para la Primera Comunión de mi
hija, nosotros como familia también hicimos algunos cambios, por ejemplo, no
olvidar de ir a escuchar misa todos los domingos. Fue una recomendación que nos
dieron en las charlas para padres programadas en el colegio.
Otra de las recomendaciones también fue que nos confesáramos
para comulgar en la ceremonia de Primera Comunión de nuestros hijos, lo que
sería una bonita de manera en que la familia completa y unida acompañara al niño
que recibe a Jesús por primera vez en la comunión.
Como yo, muchas mamás y papás escuchamos el consejo, y en
los días previos o el mismo día anterior a la ceremonia nos lanzamos en la
búsqueda de una iglesia para confesarnos.
El viernes en la tarde, después de haber estado en mil ajetreos por los preparativos para la celebración que tendríamos en casa, corrí a una iglesia donde suele haber un
horario diario de confesiones. Mi esposo también iba a ir más tarde a la misma parroquia
para confesarse.
Llegué temprano, unos minutos antes del inicio de
confesiones. Solo había una persona antes que yo, y me encontré también con una
mamá del colegio y sus dos hijas, una de ellas compañerita de mi hija.
Me tocó el turno y entré al confesionario, una especie de cuarto de medio metro cuadrado bien cerrado con puerta como para aislarlo del exterior. A
través de una rejilla escuché al padre decir "Ave María Purísima", "sin pecado
concebida", respondí. Me preguntó mi edad y hace cuánto tiempo que no me confesaba. Le
dije que hace dos años, cuando mi hija mayor hizo la Primera Comunión, y creo
que mencioné que mi segunda hija la haría y que por eso deseaba confesarme.
"Has hecho el examen de conciencia?", me preguntó. Le respondí
que sí. "¿Cuándo?", me volvió a preguntar. Me pareció raro que me preguntara eso, y le
respondí que la noche anterior, y que también en el trayecto a la iglesia media
hora antes.
“Media hora antes”, repitió el padre acompañándolo de un
suspiro de condescendencia, como diciendo “media hora antes, no puedo creerlo”.
En mi mente había un signo de interrogación gigante. ¿Estaba mal? ¿Había un
tiempo ideal o un tiempo mínimo que debía durar un examen de conciencia, y
media hora era muy poco?
"Bueno", me dijo, "me vas a decir tus pecados solo desde hace
dos años a la fecha". Entonces empecé. No había ni empezado a hablar casi, y me
interrumpió. “¿Eso es pecadooo??, otra vez usando un tono condescendiente. “Hmm,
creo que necesitas ayuda, yo voy a ayudarte, te voy a preguntar y tú me vas a
decir si o no”.
Otro signo de interrogación en mi mente. Parecía que había
vuelto a tercer grado de primaria.
Empezó a enumerar los pecados referidos a los mandamientos, "¿has jurado en vano?, ¿has robado?, ¿has mentido?", y yo contestaba. “¿Has levantado
injurias contra alguien?” No, le dije. "¿Sabes lo que es injuriar?", me preguntó.
–"Sí, calumniar, difamar…", respondí. “Eso no es injuriar”, me espetó. “Injuriar es levantar
falsos testimonios contra otros. Lo has hecho?” -"No, padre, le contesté.
En ese momento, yo estaba empezando a dudar si estaba
realmente con un sacerdote, o un extraño se había metido al confesionario a
tomar su lugar y me estaba tomando el pelo. ¿O quizás era un actor que estaba
haciendo un experimento social?, ¿o tal vez yo era la víctima de una cámara
indiscreta?. Miré de reojo las esquinas del confesionario y hasta tuve la tentación de, en plena confesión, revisar los
rincones para cerciorarme que no hubiera alguna cámara o
micrófono.
Pero rápidamente quité de mi mente esas dudas, porque el
padre hablaba muy bien, se notaba su cultura y su conocimiento de los temas
religiosos.
A estas alturas de la confesión, yo llevaba no se cuántos minutos
ahí adentro, y notaba que afuera había gente impaciente por el ruido que hacían. Pero yo todavía tenía
para largo ahí, aunque ni me lo imaginaba.
Le dije al padre que me cuidaba para no tener más hijos con
métodos que no eran aceptados por la iglesia, pues como todos saben el único método admitido por la iglesia es el natural. Ajá!, ahí empezó una larga, larguísima conversación,
tan larga que me empezaron a doler las rodillas por la posición arrodillada en
la que estaba. En realidad no era una conversación, era una catequesis
completa. El padre me estaba catequizando!!
Me dijo que había todo un tratado de la iglesia sobre la
manera como cuidarse para no tener hijos, pero que los métodos artificiales
estaban totalmente vedados. Hasta mencionó que había tenido que negar la absolución a una señora por llevar un dispositivo intrauterino. Y también me dijo que había un lugar donde impartían clases a
los esposos sobre cómo planificar la familia siguiendo los métodos de la iglesia.
El momento inesperado y amargo llegó cuando me dijo que no
podía darme la absolución, que entendía
que yo quería comulgar en la ceremonia de Primera Comunión de mi hija, y que
aunque ése era un buen motivo, no cumplía con el objetivo de toda buena
confesión, que es tener arrepentimiento y propósito de enmienda.
Porque, me dijo, para tener propósito de enmienda, yo tenía sinceramente
estar decidida a adoptar los métodos aceptados por la iglesia, pero ¿acaso podía
hacerlo unilateralmente sin consultar a mi esposo? No, entonces me dijo que
debíamos conversar primero los dos sobre qué hacer, y mientras tanto no podría
ser absuelta.
Me sentí muy decepcionada cuando escuché eso, pero no había
nada que hacer. Me despedí, y salí del confesionario tambaleándome porque tenía
las rodillas agarrotadas por haber estado arrodillada tanto tiempo.
La cola de
gente que esperaba su turno para confesarse ya era larga. Por lo menos había
estado yo media hora en el confesionario! Sentí vergüenza pensando en lo que la
gente estaría pensando, qué clase de pecados tendrá esta señora para tomar tanto tiempo para confesarse!.
En la cola distinguí a mi esposo. Me acerqué y le pedí que
me siguiera. Afuera de la iglesia le conté todo lo de mi confesión, y le dije
que no había caso, que nos fuéramos porque a él tampoco lo iban a absolver.
Pero él se negó. "No", me dijo, “yo me quedo, yo me voy a confesar y voy a
comulgar mañana”.
No entendí qué
buscaba, pero, bueno, lo dejé y me fui a la casa a seguir con mis preparativos.
Cuando él regresó, le pregunté que cómo le había ido, y para mi sorpresa me dijo:
“Bien, ya me confesé!”. “Te dieron la absolución???”. “Sí”, me respondió.
¡¿Quéeeeeee??!!!! Y por qué a ti sí, y a mi no??!!!!”, yo
estaba indignada!.
“Ah, es la manera cómo lo dijiste”, me dijo mi esposo.
“¿Y cómo lo dijiste tú?”
“Intimidad sin fines
reproductivos”.
-PLOP!!
Y así fue como mi esposo sí comulgó el día de la Primera
Comunión de nuestra hija, y yo no. No se si mi hijita se dio cuenta, tal vez no,
porque no me preguntó nada. Y felizmente no lo hizo, porque no hubiera sabido bien
qué contestarle.
Ya para entonces se me había pasado la decepción, y solo me
quedó la alegría y emoción de ver a mi pequeña, inocente y angelical,
recibiendo su Primera Comunión.
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