viernes, 29 de abril de 2016

De viaje sin hijos (Parte 2)

Y por fin llegó el día del viaje. Mis hijas mayores se fueron al colegio muy temprano y se despidieron de nosotros con fuertes abrazos. "¿Por qué no nos llevan?", me decía la mayor medio en serio, medio en broma. Pero no era la despedida de ellas la que me preocupaba, sino la de la chiquita de dos años y medio. Tenía miedo de una escena de llanto desgarrador e incontenible, que nos dejara a mí y a mi esposo con el corazón estrujado al partir.

¿Cómo haríamos? Irnos sin que se diera cuenta no era una opción para mí. Nunca me gustó actuar así con mis hijas mayores cuando eran pequeñitas. Sentía como si las estuviera engañando o traicionando. Siempre he preferido ser abierta y decirles la verdad, aunque eso me costara después tener que lidiar con sus llantos y tener que consolarlas y hacerles entender. Así que esta vez también tendría que enfrentar la situación.

Primero se despidió de la gorda mi esposo y lo hizo sin mayores problemas, luego bajó las maletas y se quedó esperándome en la calle dentro del taxi que nos llevaría al aeropuerto.

Entonces, luego de un rato, cuando terminé de alistarme, me tocó el turno. La abracé, la besé, le dije nuevamente que papi y mami irían en avión, y que regresaríamos muy rápido y que los abuelitos estarían en la casa cuidándola a ella y a sus hermanas. Empezó a mimarse, como que no quería soltarme. Entonces vino su nana, la cargó y le dijo que era hora de su baño. Mientras se la llevaba, yo bajaba las escaleras y le hacía adiós con la mano "Chau mi amor, nos vemos pronto", y ella empezó a sollozar.

"Ay, lo que me temía", pensé, pero casi al instante se me iluminó el foquito! "Mi amor, te traigo un juguetito de mi viaje! ¿Quisieras un juguetito?", "Si", me respondió medio sollozante todavía. "Y también caramelitos!, Te traigo caramelitos, ya?", le dije con entusiasmo. "Si", volvió a repetir, y dejó de gemir.

La promesa del juguete y los caramelos había surtido efecto!. La nana le dijo algo para distraerla, y mi gorda se olvidó del asunto de mi partida. Se quedó tranquila y no hubo llantos ni nada!!. Ufff! A veces nosotros, los papás, nos hacemos un mundo por algo, nos llenamos de incertidumbre y miedo, pero ellos, nuestros hijos reaccionan mejor de lo que esperábamos.

Creo que tiene mucho que ver con nuestra actitud. Si nuestros hijos pequeños ven en nuestra cara reflejada la ansiedad, la duda, la inseguridad, ellos se llenan de esos sentimientos también. Si ven a mamá calmada, alegre, segura y tranquila, ellos sienten que no hay nada de qué preocuparse.

Y así muy aliviada salí de mi casa, dispuesta a disfrutar de nuestro viaje. Habían pasado cuatro años desde la última vez que mi esposo y yo viajamos solos sin hijas. Casi había olvidado qué tranquilo y relajado era esperar en el aeropuerto que llegara el momento para abordar el avión. Ninguna vocecita chillando "mami, ¿qué puedo hacer?", o "mami, pila!, pila!", o "mami, cómprame algo".

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El hermoso Valle Sagrado

Llegamos a nuestro destino, Urubamba, el Valle Sagrado, un poco más tarde de lo previsto. Eran las 3 de la tarde y buscábamos un restaurante para almorzar. Igual no era un problema para nosotros porque podíamos aguantar un poco el hambre con tal de encontrar ese restaurante recomendado, El Huacatay. Si hubiera estado con las niñas, no hubiera podido hacerlas esperar sin almuerzo hasta las 3.

Y valió la pena la espera, porque en El Huacatay almorzamos ¡riquísimo! en una casona antigua rodeada de un bonito jardín. Luego, ya llenos y satisfechos, nos dirigimos al hotel, el Aranwa Sacred Valley, a orillas del río Vilcanota, ¡hermoso! Este hotel está en lo que era la antigua hacienda Yaravilca, de la época colonial, y aún cuenta con una cocina de esos tiempos.

En la noche, llamé a casa, quería saber cómo estaban mis niñas. La pequeñita no dejó de gritar en el teléfono "¡Hola mamá! Hola mamá!". Parecía contenta y tranquila, y mi mamá me dijo que todo estaba transcurriendo sin problemas en casa.

Fue un corto pero lindo viaje en el que mi esposo y yo pudimos sacudirnos de la rutina, de los quehaceres y responsabilidades de la casa, y reconectarnos como pareja. Me olvidaba mencionar que esta escapadita fue con motivo de nuestro aniversario de bodas número 15!.

Después de disfrutar de la energía del Urubamba, de respirar su aire puro y solazarnos en la contemplación de sus bellos paisajes de montañas de verde aterciopelado, llegó la hora de retornar a Lima.

Yo estaba ansiosa de abrazar a mis pequeñas, comerme a besos a la chiquitina y saber cómo la había pasado sin mí. Ella estaba en el nido cuando llegué a la casa, así que fui a recogerla. Cuando me vió, vino corriendo hacia mí y gritando "Mamááá!". La alcé en el aire, la abracé y besé. ¡Qué rico volver a sentir sus bracitos regordetes rodeando mi cuello!!. ¡Qué delicia besar sus cachetes suavecitos!!

El reporte que me dio la nana de mi gorda fue excelente. Se portó muy bien, comió bien, durmió sin despertarse toda la noche, jugó mucho con sus abuelos, y no hizo pataletas ni berrinches!. Solo pasó algo: en una ocasión se hizo la pila mientras almorzaba. Era algo raro, porque ya había pasado mucho tiempo sin accidentes desde que había dejado los pañales.

Más tarde llegaron del colegio sus hermanas. Más abrazos y besos. ¡Qué bien se sentía estar en casa!.

Dos días después de nuestro regreso, mi pequeña tuvo otro "accidente". Se hizo pis sin avisarme antes para que la llevara al baño. Fue un accidente como con intención. Me puse a pensar que quizás ése era un modo de expresar su protesta por nuestra ausencia. Quizás quería decirme con eso: "Mami, no me gustó que te fueras y me dejaras". Es lo más probable. Los niños de su edad, que no hablan mucho todavía, se expresan mediante comportamientos, morder, pegar, no querer comer, ponerse difíciles, hacerse la pila. Pero afortunadamente no le ha vuelto a pasar a mi gorda. Si fue un modo suyo de quejarse de mi viaje, ya me perdonó!.

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