jueves, 12 de enero de 2017

¿Al agua patos? No forzar a los niños si tienen miedo al agua

Hace unos días estuvimos en el norte disfrutando en familia de unas vacaciones en la playa. Para todos fue lindo, divertido y relajante, menos para la benjamina de la familia, que no se por qué motivo, ha desarrollado una aversión o temor al mar. La ponen tensa las olas, el ruido que hacen al reventar y la espantan los cangrejillos que caminan por la arena.

niña nadando - portriplepartida.blogspot.com

O sea las visiones que tenía en mi mente de jugar con mi gorda haciendo castillos de arena, o de que chapoteara en el agua en la orilla del mar, o que camináramos por la playa recogiendo conchitas o caracolitos, se hicieron humo desde el primer día.

Todo el tiempo que queríamos acercanos al mar, ella empezaba a lloriquear "No, no. Quiero ir a la casa (la habitación del hotel)", "No quiero esa piscina (señalando el mar), quiero ir a la piscina chiquita (la del hotel)". Cuando la convencía de que solo íbamos a caminar por la arena, y para mala suerte, se nos cruzaba un cangrejito, pegaba unos gritos histéricos, y tenía que cargarla para que se calmara.

Debe ser muy común para algunos niños pequeños tener miedo del mar. Mi gorda lo ha tenido desde siempre, pero este año pareciera haber recrudecido ese temor. El verano pasado cuando tenía dos años, jugaba feliz mojándose los pies y corriendo de las olas que se acercaban, pero ahora durante nuestro viaje de vacaciones, con 3 años, la veía ponerse muy tensa con tal solo mirar el mar. A mí me daba pena tenerla en ese estado y optaba por llevármela a la piscina del hotel.

Su actitud temerosa era muy parecida a la mía cuando yo tenía su edad. ¿Sería cierto eso que alguna vez leí, que los traumas fuertes se pueden trasmitir genéticamente? Según esa teoría, un trauma severo se queda grabado en los genes de la persona que lo padeció, y los puede heredar a sus hijos.

Cuando yo tenía justamente tres años, estando en la playa jugando en la orilla del mar, una ola me revolcó y esa experiencia me traumatizó fuertemente, generándome un temor al mar que me duró varios años hasta que a los 11 años empecé poco a poco a vencer el temor, y finalmente lo superé a los 16.

Será por eso que cuando me convertí en mamá, uno de mis mayores preocupaciones era que a mis hijas nunca les pasara algo parecido, para que no se me traumen con el agua. Siempre cuando hemos estado en una piscina o en el mar, he tenido mis cinco sentidos en alerta constante.

Así les pude evitar algunos sustos. El verano pasado mi gorda, que entonces tenía 2 años, estaba jugando en un jacuzzi al aire libre. En el primer nivel tenía piso, pero en el más profundo no. Yo estaba sentada a dos metros de distancia mirando mi teléfono celular, pero siempre mirándola de reojo. En un instante, perdió el equilibrio y el agua la empujó más allá del borde donde tenía piso. Vi su cara de susto cuando le ganaba el cuerpo y se iba a la parte profunda. Yo salté de mi asiento. Hubiera querido agarrarla antes de que se le sumergiera el cuerpo en el agua, pero todo fue demasiado rápido. Cayó, pero en el mismo instante que el agua la botó para arriba, yo estuve allí, vestida, con medio cuerpo en el jacuzzi para sacarla del agua.

En otra ocasión, cuando mis dos hijas mayores eran unas piojas de 5 y 2 años y medio, estábamos mi esposo y yo descansando en las poltronas mientras ellas jugaban en un jacuzzi, también con dos niveles. La menor de ellas estaba jugando a meter la cara en el agua --de mis tres hijas es la que menos miedo al agua ha tenido cuando era pequeñita-- pero en un segundo, el cuerpo le ganó y el agua la empujó a la parte profunda estando con la cabeza metida en el agua. Gracias a Dios la ví y salté vestida y todo y la saqué del agua.

Con el ruido que hice al meterme al agua, mi esposo se despertó. ¡Se había dormido en la poltrona! ¡Qué miedo me dio imaginar que yo no hubiera estado ahí!. El hubiera estado durmiendo, mientras la bebé boca abajo se ahogaba!.

De seguro muchas mamás como yo consideran súper importante que sus hijos aprendan a nadar cuanto antes, como una especie de seguro de protección ante cualquier posible accidente y para prevenir el riesgo de ahogamiento. La cosa es muy simple, si saben nadar, una caída accidental en una piscina no sería fatal.

Con mis hijas mayores, de 11 y 9 años, puedo decir misión cumplida, saben nadar y se manejan muy bien en el agua, aún en piscinas hondas donde no tienen piso. Pero con la menor de 3 años, recién comienza la tarea.

Algunos padres ponen a sus hijos en clases de natación desde bebés. De hecho me atraía la idea, desde antes de ser mamá, cuando veía esos vídeos de bebés regordetes de apenas meses de nacidos agitando sus manitas sumergidos en el agua, y avanzando hacia los brazos de sus padres. Parecía que había un técnica muy efectiva para enseñarles a los bebés a nadar, de manera que sintieran el agua como un elemento natural que no les generara temor.

Yo pensé entonces que definitivamente iba a querer eso para mis propios hijos, pero al final nunca lo hice con ninguna de las tres hijas que tuve.

Hay academias de natación que ofrecen clases para bebés desde los tres meses de nacidos, pero cuando tuve a mi primera hija, me entró la duda, me parecía demasiado pequeñita como para intentar ponerla a nadar a los tres meses de edad. Además mi esposo tampoco quería, pues había leído sobre un estudio que indicaba que el cloro que usan en grandes cantidades en las piscinas, no es bueno para los jóvenes pulmones de los bebés.

Aunque no la puse en clases de natación desde bebita, en una ocasión sí estuvo en una actividad en una piscina como parte de un curso de estimulación temprana en que la inscribí. Las mamás y bebés nos metimos a la piscina y seguíamos las instrucciones de la conductora de la sesión, por ejemplo, golpear el agua con la palma de la mano, echarles a los bebés un poco de agua sobre la cabecita, hasta que llegó el momento en que nos dijeron que debíamos sumergirlos completamente en el agua y sacarlos.

Varias mamás lo hicieron con sus bebés y ellos parecían felices y tranquilos, pero cuando yo miré la cara de mi gorda, supe que no debía hacerlo. La ví muy asustada, así que le dije a la instructora "nosotras pasamos".

Cuando fue más grandecita no la notaba muy relajada en el agua o en las piscinas, a diferencia de otros niños que sí disfrutaban sin temor. Para mí estaba claro que el agua no era su elemento, así que recién la metí en clases de natación cuando tuvo como tres años y medio, y ahí si le encantó. No mostró temor alguno durante su aprendizaje.

La segunda de mis hijas fue la más relajada con el agua. A los dos años y medio yo la sentaba en el borde de la piscina y le pedía que saltara al agua, y ella lo hacía, sumergida completamente nadaba hacia mí con los ojos abiertos bajo el agua y yo la levantaba. Cada vez, yo me alejaba un poco más del borde para que ella nadara más distancia, y ella movía sus bracitos y piernas en estilo ranita para llegar a mí. Y nunca había estado en clases de natación.

Y la tercera de mis hijas también resultó miedosa del agua. A ella la puse en clases de natación mamá-bebé el año pasado cuando tenía dos años, pero fue como para jugar nomás, no creo que resultó efectivo como para que perdiera el miedo al agua, o aprendiera a sumergir la cabeza sin miedo. Eso nunca lo hizo a voluntad y a lo más se sumergió una sola vez hasta la nariz, no completamente.

Este verano la he vuelto a inscribir en clases de natación, pero esta vez por su edad, ya va sola, sin mamá. Tuve dudas de si iba a querer entrar a la piscina, pero lo hizo, y obedeció en todo a la profesora sin mostrarse temerosa. La veo contenta y con ganas de aprender.

Observé con detenimiento toda la clase y me quedé sorprendida de las técnicas que tienen para que los niños pierdan el temor, haciendo asociaciones divertidas "la lluvia" salpicándoles agua, o el "puente" pasando por debajo de uno de esos gusanos flotadores que cada vez la instructora lo pone más al ras del agua, lo que obliga a los niños a hundir un poco la cabeza en el agua, y haciendo que todo sea como un juego.

Aún así vi alguna niñita del grupo muy seria, con un gesto de tensión en su carita, pues realmente todos los niños son diferentes. Mientras hay unos niños que sienten mucho temor al agua, hay otros que tienen miedo un rato y luego se les pasa cuando se los pone a jugar, y hay otros que no tienen ningún miedo, es como que hubieran nacido nadando, y lo he visto con mis propios ojos.

Una de las amigas de mis hijas, una niña de 9 años, a los dos años y medio cuando la conocí, nadaba como un auténtico delfín. Estaba con su mamá y su hermano mayor en el jacuzzi de un club, y todo el rato que la ví se sumergía donde no tenía piso, nadaba debajo del agua con los ojos abiertos, salía a tomar aire y volvía a zambullirse.

Yo estaba con la boca abierta del asombro y le pregunté a su mamá si estaba en clases de natación y desde cuándo, y me respondió "¡nunca!", que así había nacido, que era como un pez.

También recientemente vi a un bebé de 1 año y 5 meses jugando con sus papás en una piscina. La mamá lo sujetaba, le soplaba en la cara, y de inmediato lo sumergía en el agua en dirección al papá que estaba a un metro de distancia. El levantaba al bebé cuando llegaba a él. Todo duraba no más de 3 segundos.

Me contaron que habían metido al bebé en clases de natación desde los cinco meses, y les habían enseñado esa técnica para sumergirlo en el agua. Realmente se veía al bebé disfrutando de las zambullidas. Miré a mi gorda de 3 años, y me dieron unas ganas tremendas de imitar el procedimiento, pero luego lo pensé mejor, y solo me limité a soplarle en la cara y hacer el gesto de que la iba a hundir de mentira, y ella estallaba en carcajadas.

Prefiero ser cauta e ir probando su seguridad y no pecar de impaciente y crearle una fobia o trauma al agua. Una amiga mía me contó lo que les pasó con su hijo mayor. Su hijito tenía cierto miedo al agua, pero entró con su papá a la piscina confiando en que en sus brazos estaba seguro. Y de pronto su papá lo sumergió pese a que el niño le había pedido que no lo hundiera. El resultado fue contraproducente: el niño desarrolló un miedo al agua y a entrar a las piscinas, que le duró un tiempo. Recién ahora con seis años ha perdido el temor después de tomar clases de natación en su colegio.

He leído hace poco en Facebook el post de una mamá que contó cómo el primer día de clases de natación de su bebita de 13 meses de edad resultó una experiencia nada agradable. La bebé lloró casi todos los 45 minutos que duró la clase, y lo peor fue que el instructor la sumergió completamente en el agua para pasarla de un carril al otro de la piscina, ¡sin importarle que hubiera estado llorando! ¡Eso sí que me pareció una salvajada!.

Habrá quienes piensan que es sobreprotección no meter a los bebés o niños pequeños a las piscinas porque lloren, total, en nuestras épocas algunos papás tiraban a sus hijos a la piscina sin más preámbulos, para que aprendieran a nadar a la fuerza, y nadie se ahogó ni se traumó, me podrán decir.

Cada uno conoce a su hijo, dejémonos guiar por eso. A los padres que quieren inscribir a sus bebés en clases de natación, yo les aconsejaría observarlos primero, ver sus reacciones, ¿son miedosos al agua? O por el contrario, son felices cuando están en una piscina?

Si son por naturaleza temerosos del agua, si los ven estresados o en permanente tensión, no hay ningún apuro para ponerlos a nadar, que crezcan un poquito más para que la experiencia sea agradable y divertida, y no una fuente de ansiedad. Mientras tanto jueguen mucho con ellos en las piscinas, a patalear, a salpicarse agua, a que los persigue el "tiburón", etc., pero no forzarlos a entrar al agua si no quieren.

A los que tienen bebés acuáticos por naturaleza, les aconsejaría inscribirlos en clases de natación que se den en piscinas al aire libre, no techadas, o por lo menos que estén en ambientes que tengan una buena circulación de aire. Un estudio realizado en Bélgica encontró una vinculación entre la natación en piscinas con cloro con una mayor incidencia de afecciones respiratorias en niños que habían empezado a nadar antes de los dos años de edad. Infant Swimming in Chlorinated Pools and the Risks of Bronchiolitis, Asthma and Allergy

Y para terminar este post, les cuento la estrategia de una amiga para enseñarles a nadar a sus hijas, sin clases de natación ni nada de eso. Las pequeñas entraban a las piscinas con sus flotadores de brazo, y se divertían de lo lindo, y cada vez mi amiga ponía menos aire en los flotadores, así ellas tenían que hacer más esfuerzo para flotar, hasta que llegó el día en que no necesitaron los flotadores más porque habían aprendido a flotar por sí solas, y sin darse cuenta. ¡Genial!.


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