lunes, 25 de julio de 2016

Trajines de mamá en un viaje de vacaciones familiar

Luego de meses de madrugar, correr y estresarnos cada mañana para preparar a mis hijas para el colegio, al fin están de vacaciones, y tenemos tres semanas enteras de descanso y relax. Y como son las ansiadas vacaciones de medio año, planificamos un lindo viaje familiar. Nuestro destino: las hermosas playas de Playa del Carmen y Cancún. Nuestro equipaje: tres maletas grandes y tres hijas, de 11, 9, y 2 años 9 meses.

Familia en Cancun - Portriplepartida.blogspot.com

Los viajes de vacaciones en familia me despiertan a mí, como mamá, dos tipos de sensaciones: de un lado emoción por el viaje en sí (a quién no le gusta irse de viaje!) por los lindos momentos que pasaremos y que se convertirán en recuerdos que formarán parte de nuestra historia familiar. Pero por otro lado, también siento un poco de ansiedad, de incertidumbre, de preocupación, y hasta de cansancio anticipado.

Claro, primero porque tengo que hacerme cargo de armar la maleta de mis tres hijas y la mía propia, o sea la de cuatro personas. Y si bien no tengo que hacerme cargo de la de mi esposo, siempre es bueno echarle un vistazo antes que la cierre.

Segundo porque SIEMPRE, olvidamos algo. Puede ser algo sencillo como la pasta de dientes, o los anteojos de sol, pero esas son cosas fácilmente reemplazables cuando llegas a tu destino. El problema es cuando te olvidas la tarjeta de crédito, o los documentos de identidad de tus hijos, y lo descubres cuando ya estás en el aeropuerto !a punto de hacer el check-in!. Me ha pasado.

Y es que movilizarse en familia para irse de viaje supone una organización y logística complicadas. Y más aún cuando al menos uno de los miembros de la familia es un bebé o niño menor de 3 años. Lo que no quiere decir, en ningún caso, que con niños mayores el asunto sea más sencillo. Al fin de cuentas, niños son niños, y tú tienes que estar pendiente todo el tiempo de ellos también.

Así que los viajes de vacaciones familiares son de "vacaciones", así entre comillas, pues la verdad es que demandan mucho quehacer, trajín, y ajetreo a cualquier mamá. Mis hijas mayores obviamente ya no dan trabajo como antes, pero a la pequeña habrá que darle de comer comida a la que no está acostumbrada, vigilar que no se derrame encima el vaso de jugo, que no bote la comida al piso, y que no se ensucie con salsa de tomate la ropa.

Además, tendré que llevarla al baño cada vez que grite "pila, mamá!", tendré que bañarla aunque ella no quiera y se desate un berrinche, tendré que corretear tras ella para vestirla, y tendré que acostarla, cuando seguro estará súper pilas, jugando y corriendo de acá para allá.

Siempre he asumido yo en los viajes todo el trabajo con la bebé. ¿Pero qué resultaba de todo eso? Que yo era la última en estar lista para salir de la habitación del hotel. Después de haber bañado, vestido y peinado a la bebé, y después de peinar o aplicar el bloqueador a mis hijas grandes, yo no estaba lista para salir claro, y en vez de esperarme, todos decidían que tenían mucha hambre y se despedían con un "ya nos alcanzas mamá".

Ah, pero esta vez las cosas van a ser diferentes. Ya anuncié a la familia que TODOS tendrán que colaborar con mamá, que yo no seré la única que bañe, vista, peine, y lleve al baño a hacer pila a la pequeñita. Turnaré a mis hijas para que se ocupen de esas cosas también. Ya han probado en la casa que son perfectamente capaces de hacerlo, y mi esposo igual tendrá que poner el hombro.

Así que acá vamos. Esta es la crónica de nuestro viaje de vacaciones familiar.

Día 1: El vuelo.

Abordamos el avión sin imprevistos, todo fluyó tranquilamente. Felizmente esta vez no olvidamos nada importante como la última vez que viajamos, en que mi esposo y yo nos dimos cuenta que habíamos olvidado los documentos de identidad de nuestras hijas cuando estábamos a medio camino hacia el aeropuerto. Mi esposo tuvo que regresar en un taxi a la casa mientras mis hijas y yo seguimos viaje hasta el terminal aéreo, y fue todo un estrés porque él apenas llegó con el tiempo justo para registrarse.

El vuelo salió puntual a las 10:30 de la mañana. Mis hijas estaban emocionadas porque pensaban poder disfrutar de la selección de películas que ponen a disposición de los pasajeros, pero para su sorpresa y decepción, el sistema de vídeos estaba deshabilitado. Yo, como mamá, pensé: "¡me fregué! ahora cómo voy a entretener a la pequeña por casi cuatro horas!"

Tuve la esperanza que la bebé tuviera sueño y se durmiera. Yo tenía sueño ya que esa noche antes del vuelo, mi hija mayor me había despertado porque tenía dolor de garganta y tuve que levantarme para buscarle algo para el dolor. Así que apenas el avión despegó y alzó vuelo, yo entré en un sopor riquísimo mecida por el suave movimiento de ascenso de la nave, hasta que un "MAMÁÁÁÁ", me devolvió a la realidad.

"¡Quiero pila!", me dijo la bebé. Me levanté como por resorte y la llevé al baño lo más rápido que pude. Ella queria curiosear en todo lo que vio del baño del avión pero no la dejé y volvimos rápido a nuestros asientos. Pero ella se había quedado con la curiosidad, se escurrió por debajo del cinturón de seguridad y se fue corriendo por el pasillo hasta el baño.

De nada servía llamarla para que volviera, porque no me hacía caso, yo tenía que levantarme para buscarla y regresar con ella a su asiento, y obviamente yo no podía pensar en dormir, tenía que estarla vigilando. Entre mi esposo y yo tuvimos que turnarnos para supervisarla, mientras ella correteaba de ida y de vuelta por el pasillo.

Y llegó la hora del almuerzo. Pedí pasta para la bebé y un guiso de carne para mí, y al recibir las bandejas con la comida me di cuenta que nuestras mesitas no estaban derechas sino medio inclinadas, así que las bandejas resbalaban.

Yo hacía malabares para mantener la bandeja de mi hija y la mía en su lugar, y al mismo tiempo para darle de comer a ella, y comer yo, pero en un descuido, mi bandeja se resbaló y el pequeño recipiente con la ensalada, a la que acababa de echarle el aliño, cayó encima de mi pantalón!. Qué crisis, limpiar el desastre, y seguir manteniendo las bandejas en su lugar. ¡Cómo odié ese momento! ¡Estaba furiosa con la aerolínea por no tener mesas derechas!

Terminamos de almorzar. Al fin se dormirá, pensé. Era de esperarse que estuviera cansada porque la habíamos despertado a las 6 a.m. esa mañana para ir al aeropuerto, pero nada! Estaba súper pilas y jugaba poniendo y sacando el control remoto del sistema de vídeo adosado al espaldar del asiento que teníamos delante.

Después de un tiempo, que me pareció interminable, iniciamos el descenso. Anunciaron que nos ajustáramos los cinturones de seguridad. Eso suponía que tenía que mantener a la bebé sentada y con el cinturón puesto. ¡Fue una lucha constante! Cada vez que le ponía el cinturón, ella se quejaba lloriqueando, se giraba y se escurría por debajo. Y otra vez a empezar de nuevo.

Cuando más o menos ya la había convencido de quedarse sentada. Mi hija segunda se levantó de su asiento y vino hacia mí con cara de sufrimiento: "Mamá, tengo náuseas, y me duelen los oídos"

Cuando oí la palabra náuseas, me espanté y corrí a buscar ayuda! La sola idea que se vomitara encima me dio pánico! Los asistentes de vuelo me dieron una bolsa para el vómito, pero no me pudieron ayudar con el dolor de oídos. Hace un tiempo cuando mi hija era más pequeña y también tuvo dolor de oídos por el cambio de presión al descender el avión, las azafatas me dieron dos vasitos de tecnopor, cada uno con un algodón embebido en agua caliente. Al tapar con los vasitos los oídos de la bebé, el dolor pasó.

Pensé que esta vez sería igual, pero me dijeron algo como que los sensores de incendio del avión podían activarse por el vapor soltado por el agua caliente en los vasitos y que no podían darme esa solución. Así que mi pobre hijita tuvo que soportar ese horrible dolor de oídos durante todo el descenso.

Y por supuesto mi hija siguió con náuseas y vomitó. Desde que era bebé tiene predisposición a marearse en viajes de auto, y aunque no siempre ha vomitado en los aviones, esta vez sí se mareó fuerte. Felizmente entre mi esposo y mi hija mayor, que estaban próximos a ella, la ayudaron a vomitar en la bolsa que me dieron y así se evitó un verdadero desastre. Mi hija chiquita seguía con su berrinche de no querer quedarse sentada con el cinturón puesto así que opté por sentarla en mis piernas y así sí se quedó tranquila.

El segundo tramo de vuelo desde San Salvador a Cancún fue algo más tranquilo y mucho más corto, una hora y 20 minutos de viaje, pero la bebé seguía sin dormir y no tenía intenciones de hacerlo. En el momento del descenso, otra vez mi hija segunda se quejó de dolor de oídos. Habíamos comprado chicle en el aeropuerto de San Salvador para que le ayudara con la presión en los oídos pero no sirvió del todo.

Yo estaba sentada en el medio con mi hija segunda al lado de la ventanilla y mi hija pequeña al lado del pasillo. La bebé nuevamente no quería estar sentada y menos tener el cinturón puesto. La segunda se quejaba de dolor de oídos. No se cómo yo me repartía entre atender a una con sus malestares y vigilar que la otra no se me escapara del asiento.

Faltaban apenas unos metros para pisar tierra y mi hija empezó a tener náuseas de nuevo!. Yo no tenía ninguna bolsa, y era muy tarde para ir a buscar una. Así que me puse en posición de coach y empecé a dar instrucciones a mi hija. "Respira hondo, uno, dos, tres, cuatro, cinco", bota el aire. Otra vez, respira profundo, uno, dos, tres, cuatro, cinco".

Mi truco para luchar contra las náuseas es respirar profundo varias veces. De verdad, funciona. Yo lo había probado con mi hija mayor antes, pero la segunda no respira muy profundo y se olvida de mantener el ritmo de respiración, así que tenía que ser su guía. Fue algo así como las doulas o matronas ayudan a respirar a través de las contracciones a una mujer en labor de parto. ¡Y funcionó! Cuando tocamos tierra las náuseas de mi hija desaparecieron instantáneamente, y yo respiré aliviada!.

Ya en el aeropuerto de Cancún, al recoger nuestras maletas nos esperaba otra sorpresa. Resulta que el coche de la bebé llegó inservible. Estaba roto, sin tornillos, o sea inutilizable. Tuvimos que esperar que nos hicieran un reporte del daño para que la aerolínea nos reconozca la compra de otro coche.

Día 2: El dolor de garganta

El segundo día por fin a disfrutar de nuestra estancia en un lindo hotel en Playa del Carmen en la zona de Mayakoba en medio de bosques y muy cerca del mar. Carritos de golf que circulaban cada cinco minutos llevaban a los huéspedes por las diferentes áreas del hotel, incluidas las piscinas, los restaurantes y la playa.

Empezamos el día con un rico desayuno buffet y luego corrimos a la playa. Nos instalamos en las poltronas y de frente a zambullirnos al agua. Mis hijas estaban encantadas pues éste era su primer viaje al Caribe y ver esas aguas color verde esmeralda y sentir el agua tibia del mar era sencillamente un placer.

Pero la chiquitina no estaba impresionada. No se por qué rechazó de plano ir al mar, como si le tuviera miedo. Ella se quedó todo el tiempo en la poltrona debajo de la sombrilla. Cuando mis hijas mayores, mi esposo y yo nos tumbamos en las poltronas a descansar, la gorda empezó con "Mamá, quiero ir a la casa". Se refería al cuarto del hotel, y luego empezó con "mamá, quiero pasta". Creo que tuvo una crisis de nostalgia por su hogar.

Mi hija segunda tampoco estaba muy entretenida que digamos. Se aburría de estar echada en la poltrona, quería ir a la piscina. ¡Pero cómo ir a la piscina si la idea era gozar de ese mar precioso enfrente de nuestros ojos!. Mi esposo pidió unos snacks para entretenerla, recordó que mientras ella tenga algo que comer está tranquila y feliz. El truco sirvió, por un momento mis hijas menores se entretuvieron comiendo.

Mi hija mayor de 11 años no nos daba problemas, porque se entretenía leyendo un libro descansando en la poltrona. Hasta que llegó la hora de almorzar. No podía comer, le dolía muchísimo la garganta. El Doloral que había comprado para darle en el viaje se había acabado en un dos por tres. Abre la boca le dije, y ví que tenía la garganta completamente irritada y roja, casi de color púrpura. Ella decía que le dolía al tragar saliva o alimentos.

Verla con esa cara de dolor era imposible para mí, así que decidí postergar mi almuerzo e ir a buscar algún sitio en el hotel donde tuvieran medicinas. Mi hija mayor y yo tomamos el carrito de golf e hicimos todo un periplo por el hotel en busca de algún medicamento que le aliviara el dolor, pero no encontramos nada parecido a lo que había estado tomando en Lima.

La única solución era ir a Playa del Carmen, que estaba a 20 minutos del hotel en taxi, para buscar una farmacia. Así que así lo hicimos y afortunadamente encontré la medicina que necesitaba mi hija y además compramos un coche para reemplazar el nuestro que había sido roto durante el viaje.

Día 3 y 4: Diversión total

Estos días fueron de full diversión en la playa. Mis hijas mayores gozaron como locas pasando horas en el agua, pero la chiquitina no quería saber nada de acercarse al agua. Y cada vez que nos instalábamos en la playa, al poco rato empezaba con que quería ir "a la casa", es decir a la habitación del hotel.

Además estaba comiendo muy mal. En el desayuno solo quería yogurt, a veces un poco de huevo, un mordisco de queso, dos mordiscos de pan, y eso era todo. En el almuerzo, solo pedía "papa fita", y si teníamos suerte además de papas fritas aceptaba algo de pollo. ¡Qué estrés me daba que no comiera bien! La ropa de baño talla 18 meses que usa, cada vez parecía más suelta y se le caía.

Mis hijas mayores me ayudaban bastante con la bebé. Por ejemplo se bañaban juntas las tres en la bañera o en la ducha, así ya no tenía que preocuparme de bañarla yo. Si se los pedía, la vestían, le ponían los zapatos, o la peinaban, o la llevaban al baño. Unos ángeles, mis hijitas mayores!

Kayak en Cancun - Portriplepartida.blogspot.com

Día 4, 5 y 6: Mágico Cancún

Llegamos a Cancún a media tarde del cuarto día. Hermosa playa, hermosa vista, mar azul turquesa desde nuestra habitación. Mis hijas mayores estaban felices. Nos pusimos las ropas de baño para ir al mar, pero apenas nos habíamos instalado bajo una sombrilla, se nubló el cielo, empezó a soplar un viento fuerte y sostenido, y empezó la lluvia! Todo el mundo corrió a guarecerse, las lluvias allá te dejan empapado.

Pero como mis hijas y yo, limeñas, apenas sabemos lo que es lluvia de verdad, ellas se divirtieron mojándose, sintiendo las gruesas gotas de lluvia caerles encima. Yo me divertí mirándolas nomas, tenía que proteger mi pelo recién planchado.

Esos días, algo me tenía intranquila, la negativa de mi hija chiquita de acercarse al mar, así que un día decidí meterla aunque llorara. La alcé y me la llevé de frente al agua. Del lloriqueo pasó a las risas y carcajadas en un instante. ¿Cómo así? La empecé a lanzar en el aire como solemos hacer en la piscina para que le salpicara el agua y chapoteara. Y funcionó. Ahora le gustaba el mar y lo disfrutaba! ¡Cómo me arrepentí de no haberlo intentado antes!.

Por la tarde del penúltimo día, contratamos un fotógrafo profesional en el hotel para que nos tomara fotos de familia en la playa. Nos vestimos todos de blanco y en una linda tarde de sol pasamos divertidos momentos posando para las fotos. Fue la mejor decisión, las fotos quedaron lindas!!!!

Día 7: Bye bye Cancún

Después de tres días de desayunos, almuerzos y cenas buffet, mi esposo y yo estábamos hartos de comer tanto!!!! Es el problema de los sistemas todo incluido, porque te sientes en la obligación de comer todo lo que te ofrecen, y hay comida las 24 horas del día. En verdad yo no sabía por esos días lo que era sentir hambre porque andaba siempre llena! Empecé a preocuparme de regresar con algunos kilos extra.

Por eso en el último desayuno en el hotel yo decidí comer solo fruta. Nada más, así que desairé los huevos revueltos, las salchichas, los panqueques, los waffles, las tostadas francesas, los pasteles, los quesos, los guisos, las quesadillas, los tacos, los helados y la interminable variedad de alimentos a disposición de uno.

Antes de ir corriendo a bañarnos y desalojar la habitación para hacer el check out, nos dimos un último chapuzón en el precioso mar de Cancún! Y nos fuimos deseando haber pasado unos días más allí.

En el vuelo de retorno, esta vez sí pudimos ver películas a bordo. El primer tramo de vuelo hasta San Salvador fue tranquilo, la bebé no dio mucho problema, y en el segundo tramo de San Salvador a Lima, cayó dormida apenas llegamos a nuestros asientos. Y durmió por tres horas seguidas, qué bendición!!!

Esta vez sí pude leer el libro que había llevado para el viaje!. El libro estuvo guardado en mi maleta todo el tiempo, porque no pude tener ni un instante libre para leerlo a orillas del mar cómo había imaginado. Mi esposo me dijo que él no llevó ningún libro porque estaba seguro que no iba a poder siquiera abrirlo.

Y así terminó nuestro viaje familiar, en que hubo muchos contratiempos y cosas inesperadas, coche roto, vómitos, dolor de garganta, pero ya me lo esperaba, pues nunca es todo totalmente tranquilo cuando te vas de viaje con la familia. Aún así regresas feliz, con múltiples recuerdos y anécdotas que atesorarás en tu memoria y corazón de mamá por siempre!.


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